Congregación Benedictina de Santa María de Monte Oliveto
 
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Copyright: Monasterio Benedictino Olivetano San Bernardo Tolomei Guatemala C.A. 2008. Editado por: Augusto Zamudio Miranda.
Ratio Formationis

 

 

CONGREGACIÓN BENEDICTINA

DE SANTA MARIA DE MONTE OLIVETO

 

COMISION PARA LAS VOCACIONES, LA FORMACION Y LOS ESTUDIOS

 

 

 

 

 

PLAN

 

DE FORMACION

 

  

                                                                                 

 

INTRODUCCION

 

1.       Este documento Ratio Formationis está destinado a los responsables de la formación de la familia monástica benedictina de Monte Oliveto, en especial el abad y el maestro de formación de cada comunidad. Sin embargo, por la importancia que tiene la formación en el presente y futuro de cada una de nuestras Comunidades y de la entera Congregación, esta Ratio Formationis debería ser leída y conocida por cada uno de los monjes olivetanos.

 

2.       El fin de la presente Ratio Formationis es dúplice:

a. su primer lugar ofrece algunos elementos de reflexión teológica y espiritual sobre la formación monástica en general y también sobre su aplicación en el contexto social, antropológico y cultural especifico de nuestro tiempo. Este contexto debe ser conocido y tomado en cuenta por su inevitable condicionamiento sobre la mentalidad de los jóvenes que tocan las puertas de nuestros monasterios, como también, aunque de manera distinta, sobre aquella de monjes que viven ya desde hace muchos años en monasterio. La Ratio entonces toma en cuenta las fuentes de la tradición monástica y hace referencia a múltiples documentos de la Santa Sede y de las Conferencias Episcopales sobre la formación que aparecen en la bibliografía, junto a estudios recientes, muy significantes al respecto

(Primera Sección: aspectos Teológicos y espirituales).

b. En segundo lugar la Ratio expone los lineamientos esenciales relativos a la formación inicial y permanente para los candidatos y los monjes que pertenecen a la familia monástica benedictina de Monte Oliveto (Sección segunda: parte normativa).

 

3.       La Ratio no tiene como fin disciplinar todos los aspectos de la formación. En efecto presupone el contenido de la Regla de San Benito, de las Constituciones y del Directorio así como las costumbres de cada monasterio que no estén en contradicción en las presentes indicaciones.

 

4.       En la redacción de la Ratio se han hecho presentes algunas premisas:

1         El carisma donado a los fundadores de nuestra familia monástica se caracteriza por una voluntad de comunión, no solo entre los monasterios de la Congregación alrededor de la casa-madre de Monte Oliveto Mayor, sino también entre todas las monjes entorno al P. Abad general, que es general en cuanto abad de Monte Oliveto. La voluntad de guardar esa comunión encuentra su manifestación más significativa en el capítulo general.

 

2         Al mismo tiempo el monacato benedictino es caracteriza por una cierta autonomía de los distintos monasterios. Nuestra familia monástica, en especial, se caracteriza por una gran diversidad cultural debida a la distribución de nuestros monasterios en los cinco continentes y a una legítima pluralidad, disciplinada por los principios de subsidiaridad y de complementariedad según el dictado de nuestro cuerpo constitucional.

 

 

Por todos estos motivos, la presente Ratio evita tocar aquellos detalles que pueden variar en función del contexto geográfico y cultural de cada monasterio. Más bien encentra su atención  sobre algunos criterios fundamentales y sobre normas esenciales relativas a la formación inicial y permanente en cada monasterio y en todas las congregaciones con el fin de:

 

1)       asegurar la calidad de la formación en cada una de nuestras Comunidades;

2)       hacer de la formación un instrumento eficaz de comunión en nuestra familia monástica;

3)       califica la formación también en conformidad a las indicaciones justamente exigentes del magisterio de la Iglesia.

           

            Hay que subrayar en fin con la máxima atención como el documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, “Potissimum institutioni. Directorio sobre la formación en los Institutos Religiosos” (2 de Febrero 1990) al n. 85 hace énfasis en la necesidad que los ordenes monásticos masculinos y las federaciones de monjas predispongan “un plan de formación (“Ratio”) que será parte de su derecho propio y que tendrá normas concretas de aplicación, de conformidad al can. 650 § 1 y a los can. 659-661 del CJC”. De eso y de todas las otras normas canónicas se deduce que la presente Ratio Formationis tiene una función normativa y prescriptita y que por lo tanto sería una reducción indebida leerla con un texto solamente exhortativo y no vinculante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ASPECTOS TEOLOGICOS Y ESPIRITUALES

 

I. Perfil del monje benedictino de Monte Olivito

 

El monje benedictino de Monte Oliveto es un cristiano llamado por Dios a vivir su bautismo según la Regla de S. Benito, en la familia monástica de Santa Maria de Monte Oliveto. La familia monástica de Monte Oliveto ha recibido de sus propios fundadores, Bernardo Tolomeo, Patricio Patrizi y Ambrosio Piccolomini, la Regla de S. Benito como norma de vida. Cada miembro de la Congregación por lo tanto está llamado, de conformidad a la Regla:

1         A buscar a Dios y a servirle durante toda su vida, en escucha y activa obediencia al evangelio (“per ducatum Evangelio” RB prol. 21).

2         En un monasterio de la Congregación, escuela del servicio divino, unido fraternalmente a los demás monjes por medio de una caridad derivada de la celebración de la celebración eucarística del Opus Dei.

3         Bajo la guía del abad, en una obediencia amorosa, a imitación de Cristo pobre y humilde, que no vino para hacer su propia voluntad sino aquella de quien lo ha enviado.

4         En un despojo personal donde todo es confiado al Padre del monasterio y donde todo será común a todos. 

Nuestra Congregación ha también recibido de sus fundamentos características propias, presentadas en los documentos de los orígenes y en el corpus Constitucional actual, que se intenta conservar de manera viva y en el cual el monje está llamado a identificar. Nuestros fundamentos han querido caracterizar las reglas espirituales y jurídicas de la Congregación en algunas peculiaridades que se ha transmitido desde los primeros documentos de nuestro patrimonio legislativo, consuetudinario historiográfico y hagiográfico y que en parte se ha recogido también en las Constituciones actuales. En estas peculiaridades el monje olivetano reconoce una identidad específica dentro del más amplio cauce de la tradición benedictina.

Entre estas características está la vocación  central que la abadía de Monte Oliveto, casa-madre de nuestra familia monástica, ha conservado siempre. Los monasterios surgido de Monte Oliveto se han siempre considerado a si mismos un cuerpo único, una comunión de hermanos y de comunidades.

También una misma y profunda comunión ha caracterizado desde el inicio los vínculos tantos espirituales como jurídicos de todos los monjes de la Congregación, quienes, a causa de la única paternidad del abad general, se han considerados miembros y hermanos de una única comunidad y hijos de un mismo padre.

Signo visible e instrumento eficaz de esta comunión han sido los frecuentes traslados de monjes de un monasterio a otro: costumbre que hasta hace algún decenio, ha caracterizado significativamente la estructura de nuestras comunidades y en el corazón de cada monje de Monte Oliveto, la misma vivencia de su pertenencia a la Congregación.

Hoy sin embargo el desarrollo internacional de nuestra familia monástica y la pluralidad de formas en las cuales se ha inculturado el  monacato, la mayor conciencia de la importancia vital de la Comunidad, la creciente atención hacia la persona y por ende a cada monje, la más atenta consideración de los principios de subsidiaridad y de complementariedad y la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II, han llevado a describir como primera característica de nuestra familia monástica, después de la fidelidad a la Regla de S. Benito, “la profesión monástica y la estabilidad en Congregación realizadas en vía ordinaria a cada casa”. El monje oliveto se compromete “a vivir esta estabilidad  quedándose en vía ordinaria en el monasterio en el cual hace su profesión”. El por lo tanto experimenta la radicalidad y la intensidad de la communio en el interior de aquella concreta porción de la Congregación que es la Comunidad, a la cual está llamado a vivir cotidianamente, bajo la guía de su abad, su personal camino de santidad en el seguimiento de Cristo.

Estos aspectos de la communio en nuestra familia monástica  encuentran una de sus experiencias más significativa en la reunión periódica del Capítulo General y en aquellos de los superiores y de los jóvenes monjes en formación.

Además, la comunión de los monjes de Monte Oliveto es tan profunda y constitutiva que en los casos particulares en que el monje cambiara de monasterio sería plenamente miembro de la nueva comunidad, como si hubiese profesado en ella.

 

II. La formación

La vida del monje se caracteriza por una predilección hacia Cristo expresada en el conjunto de los gestos cotidianos: es necesario por lo tanto pensar en un programa de formación para toda la vida y especialmente para el inicio del camino que comprenda, ya sea una adecuada catequesis sapiencial fundada sobre la continua referencia a la palabra de Dios y a la tradición de los Padres, ya sea un ejemplo confiable de autentica vida evangélica testimoniado días tras días por la comunidad, de tal manera que el monje se pueda involucrar en el dinamismo de una tradición viva. Dentro de la espiritualidad cristiana y, de manera especial de la espiritualidad monástica, debería de estar clara que tipo de formación en última instancia significa conformación  a aquel que enseñó a “vivir en sobriedad, justicia y piedad en este mundo”, Jesús Cristo nuestro ‘unico Señor.

A esto somos invitados por la regla de S. Benito: “No  anteponer nada a Cristo”. Toda la vida del monje debe ser enraizada en Cristo y existencialmente modelada por una relación vital en él. En este primado del amor a Cristo se manifiesta el carácter bautismal de la espiritualidad monástica que es propio de las personas llamadas a testimoniar y celebrar, en la praxis cotidiana y silenciosa de su vida de comunión fraterna, de acogida, de oración, de escucha y de trabajo, la humildad salvífica de la kenosi del verbo, la ejemplaridad de su servicio de amor sellada por el mandamiento nuevo.

De esta manera podemos comprender la importancia teológica del tema de la obediencia, central en la Regla. Benito lo inserta justo en el corazón de la relación entre Padre e Hijo: “varones así se conforman a la palabra del Señor que dice: no he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me ha enviado”.

 

III. El maestro de formación

El maestro de formación deberá acercarse al candidato con gran respeto, conciente que tiene que recorrer un caminote acompañamiento con una persona llegada a un momento delicado y decisivo de su existencia. No se deberá olvidar que a menudo tocan al monasterio jóvenes que llevan un pasado vivido en medio de contradicciones y heridas, pero que finalmente se han abierto, por la gracias de Dios, al horizonte de la fe y por lo tanto a nuevos deseos y nuevos propósitos. Es necesario, entonces, evaluar con atención el nivel de madurez humana, psicológica y espiritual de la persona que aspira a la vida monástica: por lo tanto es importante no forzar, no adelantar ni acelerar los tiempos, ni tampoco asombrarse por eventuales incertidumbres a lo largo del camino. En esta perspectiva hay que subrayar que los primeros protagonistas de la formación son antes que toda la acción libre de Dios y la persona que él ha llamado. El maestro de formación, bajo la guía y el discernimiento del abad y ayudado en el ejemplo de toda la comunidad, está llamado a ser un instrumento privilegiado de la voluntad del Señor en la vida del candidato a la vida monástica. Por lo tanto será su tarea especifica lo de sondear el corazón del formando y ayudarle a hacerse cada día mas disponible a la escuela obediente de la Palabra de Dios, por la cual debe dejarse guiar con docilidad.

El trabajo formativo tiene también la finalidad de integrar harmoniosamente todos los aspectos de la vida, de las actividades y relaciones que lleva consigo el aspirante a la vida monástica.

De esto nace la madurez de la persona, finalmente capacitada para hacer una perseverante experiencia de Dios y para vivir en comunidad con la consecuencia de pertenecer a una familia monástica. A su ver, la persona madura, ser capaz de armonizar, con espíritu de generosa obediencia y sin excesivas tensiones, la oración, el estudio, el trabajo y su progresivo involucramiento a la vida comunitaria.

Los factores más importantes de la formación son entonces el discernimiento y el acompañamiento. El primero responde a la pregunta que S. Benito mismo hace: Ad quid venisti? para verificar si revera Deum quaerit. El segundo es necesario para custodiar y enriquecer la consciencia de la vocación recibida por medio de encuentro personales, consejos, estímulos y correcciones siempre motivados y propuestos fraternalmente. El actor principal de la formación monástico-religiosa, como ya se dijo, es Dios mismo. Con él un lugar sumamente importante lo ocupa Mari Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. A ella dirigen su mirada todos aquellos que “se ocupan solo de Dios en soledad y silencio, en constante oración y mucha penitencia”, sin olvidar las necesidades de la Iglesia, también aquellas relacionadas con la salvación del mundo. El maestro de formación, para no perder la serenidad y el equilibrio necesario a su y responsabilidad, debería de custodiar una lúcida conciencia de el rigen divino de la vocación monástica.

Conciente que la formación es participación a la acción del Padre que, por medio del Espíritu, moldea y hace asimilar en el corazón de jóvenes los sentimientos del Hijo, el maestro debe ser persona experimentada en el camino de la búsqueda de Dios, para poder acompañar exitosamente a otros hermanos en este fascinante pero austero itinerario”.

Disponible a la imprevisible acción de la gracia divina él deberá estar capacitado para enseñar a los “llamados” los peligros que se oponen a la perseverancia: deberá sobre todo ser testimonios, con su propia vida, de la belleza del seguimiento que el Señor propone, junto con el carisma donde que nos permite realizar el camino de la vocación.

 

IV. La tarea de la comunidad

La vida de la comunidad se fundamenta sobre una exigencia específica de la persona humana: ésta, como nos han ilustrado las ciencias humanas: es una criatura esencialmente dialógica y por lo tanto capaz de estructurarse sólo si se relaciona con otras personas. Los que están llamados a la vida monástica podrán experimentar en la vida de comunidad como el camino de madurez progresa a través de los demás, las exigencias, los estímulos, las dificultades que la vida común ofrece y exige. La comunidad por lo tanto está al servicio de la persona que se debe desarrollar y realizar en todas sus dimensiones, para el pleno cumplimiento de sus propios compromisos bautismales.

Por otro lado la misma persona está al servicio de la comunidad para que cada miembro de la comunidad pueda disfrutar de los servicios necesarios, para realizar el bien común y edificar el cuerpo de Cristo en la particular célula eclesial que es la comunidad monástica.

Tenemos siempre que recordar que “dentro la Iglesia y en comunión con María, la comunidad de vida tiene un papel privilegiado en la formación, en todas sus etapas, y esto mucho depende la calidad de la comunidad […]. La comunidad se constituye y permanece no porque sus miembros se encuentren bien por afinidad de pensamiento, de caracteres, de opciones, sino porque el Señor los ha reunido y los mantiene unidos con una común consagración y una misión común en la Iglesia. Todos se acogen a la mediación particular ejercitada por los superiores con obediencia de fe, es decir en espíritu de fe y de amor (Cf. PC 14: EV 1, 746). Por otro lado no hay que olvidar que la paz y la alegría pascual de una comunidad son siempre el fruto de la muerte a si mismos y de la acogida del don del Espíritu (Cf. Gv 12,24: Gal 5, 22)”.

El candidato pide ser recibido en una comunidad benedictina que es una porción de la familia monástica de Monte Oliveto. En esta comunidad él hará sus primeros pasos en la vida monástica. La comunidad en su conjunto constituye por lo tanto la verdadera escuela de aquellos que desean hacerse monjes olivetanos y debe asegurar el contexto más adecuado y los instrumentos más favorables para la vida monástica. Cada uno de sus miembros, según su propia competencia, desarrolla una función educadora y formadora que debe ayudar al candidato a comprenderse e intuir cual modelo de creyente el Señor le está indicando.

La comunidad será tanto más capaz de formar cuanto más será atenta:

1         A establecer y mantener una unidad de espíritu con respeto al proyecto de vida monástica común.

2         A acoger los dones del Espíritu Santo, intensificando la práctica de las virtudes teológicas de fe, de esperanza y de caridad, cotidianamente reforzadas por la liturgia, la Eucaristía y la lectio divina.

3         A vivir en unidad de corazón y de alma el modelo de la primitiva comunidad apostólica: caridad, perdón, mutuo servicio, obediencia reciproca y condivisión de bienes.

4         A evidenciar como la participación puntual y constante de todos y cada uno de los miembros a los distintos momentos de vida comunitaria signifique verdaderamente edificar el cuerpo de Cristo en la historia de la comunidad se percibirá en la participación de cada uno a las actividades comunes: oración, trabajo, comida, encuentros, etc. y a los grandes eventos de la comunidad en el diálogo comunitario y en la escucha reciproca.

Encaminado de esta manera a la vida de la comunidad, el novicio o el profeso iunior serán introducidos a la experiencia eclesial de la familia monástica de Monte Oliveto, en la cual los miembros tienen un solo corazón y una sola alma, para participar así al misterio de la comunión trinitaria. 

 

V. El Opus Dei y la oración personal

En su Regla el requisito que S. Benito exige con firmeza que se verifique, para admitir un candidato a la vida monástica, es el siguiente: “Se observe sobre y todo si él busca verdaderamente a Dios, si se dedica con amor a la Obra de Dios, a la obediencia y si sabe aceptar las humillaciones”. Para S. Benito el Opus Dei es la oración litúrgica celebrada por la comunidad reunida en el oratorio del monasterio. Este momento es central en el ritmo del tiempo monástico, como lo subraya la misma Regla: “Cuando llega la hora del Oficio divino, en cuanto se oiga la señal, se deje todo lo que se está haciendo y se acuda con prisa, no sin gravedad, por no ofrecer pretexto de desorden. Nada, entonces, se anteponga a la obra de Dios”.

Fe y amor para el Señor Jesús convocan  entonces el monje a magnificar con los hermanos su pleno señorío sobre el tiempo, a celebrar su pasión y su victoria pascual en la Eucaristía como misterio de salvación, que actúa todavía en la historia de nuestro hoy.

En la Liturgia, manantial privilegiado de una constante oración personal, el monje se fortalece dejándose transformar en alguien que, en esperanza teologal, se deja conducir y juzgar por la Palabra de Dios.

La oración personal del novicio y del monje se tendrá que fundamentar siempre más sobre la familiaridad en la Palabra: en efecto no se podrá realizar ninguna personal predilección por Cristo sin una intimidad constante y secreta con Su Rostro, que el monje debe buscar y alimentar en la soledad de su celda y de su oración sobre y todo por medio de la práctica cotidiana de la lectio divina.

 

VI. La lectio divina.

La expresión lectio divina no se puede exactamente traducir al español. No se trata de “lectura divina o bíblica” en el sentido común de leer el texto de la Sagrada Escritura; ni de estudio de la Biblia con técnicos especialistas de análisis literarias o exejéticas. Tampoco es una especie de meditación para imaginar a revivir lo que se ha leído. Más bien la lectio divina es una lectura de la Sagrada Escritura con actitud de oración y sabiduría, vivificada por la fe que nace de la escucha (Rm 10, 17), con el fin de asimilar la Palabra de Dios que sola educa y forma el corazón a la obediencia y lo abre a la contemplación.

Por lo tanto dos son los elementos que identifica la lectio divina:

1.       La lectura personal de la Escritura, lo que implica un acercamiento directo al testo sagrado. Se trata de una lectura en primera persona, que involucra todo el corazón en el encuentro con el Señor que se hace presente con el don de su Palabra.

No puede por lo tanto ser una lectura distraída, superficial, rápida y menos todavía sabihonda, curiosa, quisquillosa. Se trata de una lectura capaz de estimular el deseo de encontrar a Alguien y no simple curiosidad de conocer algo.

2.       La modalidad y el elemento fundamental de la lectura debe brotar de un espíritu de oración y de fe que nace de la conciencia de estar a la presencia del Señor que habla por medio de la Palabra. Es el Señor Resucitado que manifiesta el sentido de las Escrituras a los discípulos de Emmaus (Lc 24, 27), y es el Espíritu que guía a la verdad completa (Gv 16, 13). La Sagrada Escritura, entonces, se debe entender como don del Señor y “con la ayuda del mismo Espíritu, por medio del cual ha sido escrita”.

La fidelidad a la lectura (lectio) es la base de la verdadera lectio divina. En efecto el peligro es lo de reducir la lectura a una interpretación que podría volverse fantasiosa y acomodada, funcional a nuestros gustos o a nuestras expectativas. Se necesita por lo tanto un compromiso serio desde los primeros pasos de la lectio divina, en los cuales hace falta un cierto nivel de conocimiento previo del texto bíblico, que se puede obtener con lecturas de introducción y comentario que de cierta manera guían a la comprensión del significado que las palabras toman en el contexto literario e histórico de un trazo particular.

Se trata de un verdadero camino ascético que ayuda a descubrir la Escritura concientes que, siendo una Palabra viva, nunca se agota ni se posee completamente, puesto que es capaz de ofrecer una luz siempre nueva que nos llega a través de la meditación.

En la meditatio la actividad es la de “masticar” la lectura que el texto me ofrece (referencia objetiva) y no de “ver” como imagen producida por la mente o bien experimentar unas sensaciones producidas por el Texto (referencia subjetiva). Desde este encuentro con la Palabra debe brotar la oración (oratio) en la cual se expresa la respuesta a Dios después de haberlo escuchado.

En el diálogo con el Señor se divisa (contemplatio) siempre más la vida como un don de El en el cual podemos experimentar una intensa presencia de Dios para poder leer y orientar la historia, nuestra propia historia, a la luz de la Palabra. La lectio divina, entonces, no es una técnica partiendo de lectura bíblica, sino una vivencia profunda de la Presencia de Jesús Resucitado. No se trata de la experiencia de “ensimismarse”, más de la experiencia de un envolvimiento existencial de la totalidad de la persona.

La lectio divina se vuelve un camino hacia una fuerte experiencia de fe, de escuela, de conversión y de comunión en el constante dinamismo espiritual de la vida del monje. En este proceso es fundamental la necesidad del nacimiento del hombre nuevo, reconocido en el Espíritu Santo a la luz de la fe. Solamente el hombre vivificado por el Espíritu puede tener los sentidos renovados para poder captar la resurrección de Cristo presente en su Palabra.

A la luz de todo esto en joven monje deberá ser guiado a acoger la Palabra sea como alimento espiritual, sea como guía para su propio camino monástico, reconociendo la constante presencia de Dios que actúa en su propia historia personal. Le lectio divina entonces se vuelve lugar de síntesis de la experiencia del ministerio de Dios celebrado en la liturgia, vivido en la comunidad y comprendido en el estudio. Al maestro de formación le tacará la tarea prioritaria de ilustrar teóricamente y enseñar prácticamente al joven monje su el método y el valor de la lectio divina, sea las riquezas y las implicaciones que ella despierta en la vida monástica. El maestro además deberá confirmar con el ejemplo la perseverancia que se necesita a todos los que se disponen a esta difícil pero vital experiencia de la presencia de Dios.

 

VII. El monje y el tiempo.

El programa de formación monástica deberá entrenar a los candidatos a descubrir un nuevo y más profundo sentido del tiempo, muy distinto de lo que es la percepción rutinaria que se tiene de él en el contexto frenético y sin referencias simbólicas de nuestra vida cotidiana. Se debe utilizar todo conocimiento antropológico, teológico, espiritual para ayudar al joven monje a valorar el don especial que recibe cuando se dispone con fiel obediencia al ritmo de las horas litúrgicas, que insertar en el tiempo cotidiano, semanal y anual los extraordinarios acontecimientos de nuestra salvación en Cristo, en la perspectiva futura y escatológica.

 

VIII. La obediencia.

La centralidad de Cristo en la Regla hace que la obediencia se manifieste como la via regia (el camino privilegiado) para la conformación del monje al Señor Jesús. En efecto si en el Prólogo de la Regla la obediencia es presentada todavía como una “labor”, en las últimas páginas ella se vuelve un “bonum”, medio privilegiado de recíproca comunión fraternal: “La obediencia es un bien tan grande que los hermanos deben sentir necesidad no sólo ofrecerla al abad, sino también de intercambiársela entre ellos, convencidos que por la vía de la obediencia alcanzarán a Dios”.

Desde estas observaciones se deducen los lineamientos fundamentales de la tarea formativa que se empieza en la llegada al monasterio de un candidato.

Por cierto el tiempo necesario para plasmar el corazón el primado de la obediencia es largo. En efecto los candidatos a la vida monástica a menudo vienen de ambientes dominados por modelos antropológicos centrados en el primado de la libertad autoreferencial, del éxito, de la propia satisfacción.

En este contexto el formador deberá asumir las características del buen pastor que enseña con su propia vida el camino a seguir y no reduce la bondad de la obediencia a la simple, formal ejecución de una orden. Si no fuera así la formación sería solo una educación exterior al “galanteo” monástico, pero no de radical pertenencia a Cristo.

 

IX. La pobreza.

Movido por el deseo de pertenecer totalmente al Señor Jesús, el monje no sólo renuncia a afirmar su propia voluntad, sino también a todo derecho de posesión personal sobre los bienes materiales.

Conformándose a  Cristo en su kenosi, el monje se manifiesta totalmente disponible a la perdida de si mismo. En su Regla S. Benito habla en efecto de la propiedad como de un nequissimum vitium.

En un tiempo en el cual todo se mide sólo con la cantidad del tener, la pedagogía benedictina de la pobreza abre las puertas a una profunda experiencia teologal y de comunión. En efecto la renuncia a la propiedad educa a “tener esperanza en el padre del monasterio”, y transformar la comunidad en una memoria viva de la primera comunidad apostólica donde “todo es común a todos y nadie dice o considera algo como su propiedad”.

Por lo tanto permanece siempre actual – y el monje debe hacerla suya – la propuesta con la cual el “maestro de Nazareo invita a su interlocutor a que renuncia a un programa de vida  en el cual destaca la categoría del poseer, del tener, para aceptar, en cambio, un programa centrado sobre el valor de la persona humana: sobre el “ser” personal, con toda la trascendencia que le pertenece”.

 

 

 

X. El celibato y la acogida.

También la difícil elección de “hacerse eunucos para el Reino de los cielos” deberá de colocarse en el mismo primado del amor para Cristo. En su palabra en efecto es evidente la perspectiva escatológica que debe caracterizar el celibato: anuncio radical y amoroso del Reino que llega, ya que “pasa la escena de este mundo”.

La herida producida en el propio cuerpo, del cual el monje nunca podrá sentirse dueño, será una vez más signo de un extremo amor agradecido con el Señor Jesús. Sólo El nos hace capaces de testimoniar su mismo amor y su capacidad de abrazar toda la creación.

En la formación inicial y en toda la vida del monje no puede faltar la necesaria ascesis, recomendada y vivida por toda la tradición monástica. Esta, sin embrago, no puede significar desprecio para los bienes creados o menosprecio para el cuerpo, dones de Dios; subraya más bien lo provisionales que son los bienes penúltimos en vista de los bienes últimos. Por este motivo la vida monástica no puede en absoluto descuidar el anuncio gozoso del ministerio pascual, que nos invita a proclamar al Reino y a invocar el retorno escatológico del Señor como definitiva renovación de toda la creación. La gracia del celibato se traduce en verdadero amor a la medida en que testimoniar la libertad con la cual Cristo ha amado a todos los hombres y mujeres. En el vínculo de amor y libertad del celibato, en el silencio de la tranquilidad interior, en la verdad del humilde conocimiento de si mismo, el monje, sostenido por el Espíritu Santo, quiere trasformar su interioridad en lugar de reconciliación con Dios, consigo mismo y en su próximo. Además el primado del amor para Cristo está verdaderamente presente en el huésped, en especial si es pobre y enfermo. “Todos los huéspedes que llegan al monasterio sean acogidos como Cristo, ya que un día él nos dirá: Fui forastero y me hospedaron. A los huéspedes que llegan y salen se le saluda con profunda humildad”.

 

XI. La madurez y la obediencia afectiva

La época contemporánea nos ha ayudado a comprender mejor el significado de la madurez objetiva de la persona. El hombre, desde un punto de vista antropológico y psicológico, es un ser sexuado. Este aspecto es tan profundo que determina toda la persona, cuerpo y alma, y todas sus facultades. De esto consigue que un equilibrado conocimiento de si mismos, recomendado por toda la literatura monástica, deberá pasar a través de una aceptación serena y confiada de su propia realidad sexual, en vista a una madurez integral y armoniosa de la personalidad. Descuidar este aspecto de la formación podría producir dificultades que llegan a comprometer el bien de la persona y de su vocación.

El ideal en la vida monástica es el deseo de vivir el celibato de manera libre y gozosa. El voto de castidad debe ser vivido con una profunda relación de amor con Dios. Así entendida la castidad puede darse solo en un clima de gracia, es decir fruto de Dios, don del Espíritu. La verdadera castidad monástica no puede ser vivida en la ignorancia de las realidades sexuales y afectivas y de la dignidad y belleza del amor en el matrimonio, según los planes de Dios. Los candidatos deben ser ayudados con prudencia, delicadeza y caridad a desarrollar un discernimiento auténticamente cristiano, en armonía con el Magisterio de la Iglesia, sobre y todo los aspectos de la vida afectiva y sexual, comprendiendo también aquellos que manifiesten inmadurez o conflictos no resueltos (como el autoerotismo, la homosexualidad, etc.). El formador los ayuda a establecer con los otros, relaciones amigables, constructivas y a radicar profundamente en sus personalidades y sus comportamientos el amor para la castidad.

 

XII. El trabajo

El amor existencial del monje para el Señor Jesús deberá transformarse en imitación de su pobreza y en manifestación no teórica de su humanidad. El monje que trabaja responde a un llamado teologal parecido a lo de la compañía del Opus Dei. Al igual que S. Benito, Bernardo de Clairvaux así habla del tiempo del trabajo: “ Ha llegado la hora en la cual la pobreza y nuestra regla nos empujan al trabajo manual”.

Los monjes, entonces, hechos criaturas nuevas y libres por los misterios de la Liturgia y el servicio al único Señor, se hacen plenamente humanos en El y , en El, de toda la humanidad, en la labor cotidiano que asume la responsabilidad de la creación confiada a las manos del hombre en las perspectivas bíblicas propias del libro del Génesis.

Jesús, hijo de Dios hecho hombre, ha trabajado, enseñado así la dignidad del trabajo en la vida del hombre. Todo tipo de trabajo, manual o bien intelectual, con tal que se desarrolle en dedicación y seriedad, prolonga la obra del creador y salvador y prepara el mundo nuevo; es un factor de equilibrio de vida y de salud, de desarrollo de la persona humana y de su talentos; nos hace solidarios con todos los hombres y se vuelve medio de ascesis redentora; desarrolla las virtudes sociales y morales como el dominio y el don de sé, la cooperación, la humildad; y en fin en el trabajo el monje contribuye al necesario sustento propio y de la comunidad.

De esta manera, según S. Benito y el ejemplo de nuestros fundadores, en unas horas del día, de conformidad en la obediencia, el monje deberá dedicarse al trabajo: servicios humildes y trabajos comunitarios, ejercicios de un oficio o de una profesión; acogida, estudio, enseñanza. La parte mejor (Lc 10, 42) en la vida del monje es el Opus Dei y la lectio divina junto a la oración personal que de ella brota. El corazón del monje debe ser siempre dirigido hacia estos momentos, aún cuando está trabajando. No a caso muchos Padres del monacato recomiendan de acompañar al trabajo en la oración silenciosa.

Cultivando la conciencia que la oración y la escucha de la Palabra de Dios son lo preeminente en la vida del monje se hará posible preservar el monje y la comunidad tanto de la búsqueda exagerada de ganancia y de éxito o de excesivo activismo cuanto de lo contrario: pereza, pasividad, acedía.

Son síntomas peligrosos las fugas de las responsabilidades o los intentos de evadir espacios propios del trabajo personal y comunitario.

El formador eduque el joven monje a considerar las necesidades comunitarias en orden al trabajo y a las necesidades económicas. De acuerdo con el abad, el formador favorezca la posibilidad de un trabajo profesional o lo promueva, cuando no existe, favoreciendo la creación de talleres adecuadamente equipados.  

XIII. El estudio.

Apartada la reductiva convicción que los monjes deban dedicarse a un ideal de sancta rusticitas (santa ingenuidad) hay que reconocer la necesidad que en un mundo tan complejo como es lo de hoy el monje está preparado a discernir la realidad que lo rodea, consciente que es “deber permanente de la Iglesia discernir los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. Es necesario recordar siempre que la espiritualidad sin teología se vuelve espiritualismo psicológico (es decir dependiente de las emociones pasajeras) y la teología sin espiritualidad se vuelve ideología; por lo tanto se puede afirmar que “entre los dogmas y nuestra vida espiritual hay un vínculo orgánico. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen más seguro”.

El monje entonces deberá hacer síntesis entre la propia vida espiritual y las provocaciones de las culturas contemporáneas, casi todas contrarias a la visión del hombre que la Revelación nos ofrece y que sin embargo no se pueden ignorar. Este difícil discernimiento hará que el monje sea más capaz de responder a quien le pida razones de su esperanza y al mismo tiempo lo llevará a una más profunda experiencia de la riqueza de Cristo. Para obtener esta síntesis vital el monje debe integrar la propia formación intelectual con un serio camino espiritual marcado por la propia experiencia de encuentro y comunión con Dios.

Sujeto central de la formación es la persona en todas sus dimensiones y su principio unificador es la fe en sus dos aspectos: de acto en el cual el monje responda a la interpelación de Dios y de contenido que expresa aquella interpelación.

El estudio tiene que enriquecer auténticamente al patrimonio del conocimiento de la persona no en un estéril nocionismo, sino en una perseverante experiencia de asimilación inteligente de los contenidos de las distintas disciplinas y de sus específicas metodologías, para llegar a una capacidad de síntesis y de personal elaboración de las informaciones.

Un proceso tanto más importante si se toma en cuenta que el objeto del estudio es el misterio cristiano, cuyo conocimiento siempre más profundo, refuerza la relación personal en el mismo Cristo, único Señor y único deseo del monje. El monje se volverá así siempre más capaz de dirigir su corazón y su mente a la fuente misma de toda sabiduría y se dará cuenta que no hay contradicción entre vida intelectual y vida espiritual: ésta en efecto se alimenta con el estudio de la Revelación y el estudio no cae en estéril intelectualismo.

El estudio monástico debe también hacer manifestar la importancia del abad y de la comunidad, fundamento de la vida monástica. M’as en detalle, el maestro y los compañeros de estudio son los primeros en los cuales se comparte el camino hacia la verdad. Al mismo tiempo son el abad y la comunidad que determinan el espacio del estudio y sus coordinadas existenciales.

El estudio monástico debe tomar en especial consideración la Regla, no sólo como alimento espiritual, sino también como medida para disciplinar la aplicación al estudio, que necesita de una orden, un horario, una dedicación reglamentada.

El estudio monástico debe procurar cultivar una modalidad y un contenido sapiencial, que ayude verdaderamente a comprender, asimilar y vivir la fe cristiana. El monje en definitiva está involucrado en todas sus dimensiones intelectuales, espirituales, afectivas, en el proceso de asimilación personal e interior de la Revelación que se hace historia en la historia del monje y de la comunidad monástica.

En conclusión, sapiencial es el estudio que no sólo permite una reflexión sobre la fe, sino también una contemplación en la fe. El monje por lo tanto deberá acostumbrarse cada día más a hacer síntesis entre su vida de maestro y todo lo que aprende en su corazón y en su inteligencia de la oración y del estudio. Se podría decir que el estudio sapiencial permite al monje de leer en profundidad, de reconocer con asombro su propia historia de salvación, vivirla y testimoniarla. Por ser constitutivo de la vida monástica el estudio no puede ser reservado sólo a los candidatos al sacerdocio ministerial. La división de los candidatos a la vida monástica entre destinados o no destinados al ministerio ordinario depende mucho de una mentalidad clerical, que considera monje completo sólo aquel que ha sido ordenado presbítero. Por lo tanto es importante que todos los jóvenes monjes reciban la misma formación sea en el plano cultural que teológico.

En la perspectiva del estudio monástico no se debe tomar en cuenta el simple resultado escolar, sino la capacidad de hacer síntesis entre vida espiritual, inteligencia de la fe y experiencia monástica (historia personal). Sólo desde esta capacidad se determina el verdadero éxito del estudio.

Desde esta perspectiva también un joven no específicamente inclinado al estudio puede y debe ser llamado a profundizar el personal conocimiento del ministerio de Cristo, para bajarlo en su propia experiencia de fe. En algunos casos, a juicio de los fundadores y del abad, se podrá adoptar el currículo de los estudios teológicos a las potencialidades del joven monje, manteniendo firme un constante estímulo a profundizar las fuentes y las implicaciones de la fe.

De esta manera el candidato será puesto en condición de llevar a cabo su propia formación inicial y poner cimientos para su formación permanente.

 

 

XIV. La formación permanente

Es necesario fijar mucha atención en la importancia central y la unidad de la formación permanente.

Importancia central porque es la persona el sujeto activo y el recurso esencial al cual se dirige la formación permanente. Unidad porque la persona debe ser considerada en su estructura unitaria.

Además hay que fijar la máxima atención a los contenidos y modalidades de la formación permanente. Por lo cual resulta esencial una orgánica y articulada formación inicial que desemboque como algo natural en la formación permanente. La propuesta formativa permanente, que se dirige a personas humanamente maduras y siempre deseosas de enriquecer sus conocimientos, deberían comprender un programa de estudios que incluya una profundización sapiencial de la fe, para favorecer una intensa asimilación de la espiritualidad monástica (centrada en la lectio divina), basada en el contacto directo con los Padres del monacato y en diálogo fecundo con la cultura de nuestro tiempo.

Es importante considerar bien el ambiente concreto en el cual el monje vive. Por ejemplo, una comunidad serena, abierta, viva y estimulante puede contribuir mucho a crear las condiciones para la formación en continua formación se convierte en el ambiente más natural para captar la necesidad de un camino de formación permanente, tanto personal como comunitario.

La formación permanente es profundamente relacionada al vínculo personal y único que el monje establece en Cristo.

Según la calidad y la intensidad de este vínculo se determina en la persona el deseo de profundizar cada día más todas las dimensiones y las posibilidades humanas, intelectuales, psicológicas y espirituales necesarias para poder decir con verdad “para mi, vivir en Cristo”.

Por lo tanto la formación permanente no puede reducirse a una ocasional, superficial y confusa actualización doctrinal y/o pastoral; es, en realidad, un proceso sistemático de renovación que incluye todos los aspectos de la vida monástica, personal y comunitaria.

Antes que todo comprenderá una profundización del conocimiento de los misterios de la Revelación cristiana, del sentido y significado de la profesión monástica, de una más atenta reflexión sobre la Palabra de Dios, la vida litúrgica, la oración personal y las dinámicas de la vida fraternal.

Un eficaz programa de formación permanente deberá comprender también la profundización de la historia del monacato, de la congregación de Monte Oliveto, de su patrimonio espiritual, hagiográfico, historiográfico, literario, para reconocer y custodiar los carismas que todavía hoy el Señor nos dona para que podamos testimoniar su primado con una vida obediente a los que el Espíritu pide.

Hace falta subrayar que el primer responsable de su formación es el mismo monje. Lo que supone que el monje viva automáticamente su vocación y tenga interés en su formación. 

El día de una comunidad monástica, como escucha del divino servicio, es rica de recursos formativos: la lectura de salmos, las lecturas breves de las obras, la lectio divina, la lectura en el comedor, las exhortaciones de los superiores, los mismos buenos ejemplos ofrecidos por los hermanos.

Por supuesto son siempre importantes los tiempos fuertes de profundización y purificación: los retiros, los ejercicios espirituales, los encuentros de espiritualidad, las conferencias.

Es oportuno también aprovechar de ciertas ocasiones o etapas de la vida, como son los aniversarios de profesión o de ordenación para programar jornadas de estudio y de reflexión útiles para toda la comunidad. La congregación deberá promover una siempre más conciente participación a los Encuentros de Monte Oliveto, útiles para conocer la espiritualidad de nuestros orígenes, y fomentar el surgimiento de iniciativas parecidas.

La vida del hombre tiende a prolongar siempre más. En nuestras comunidades aumentan los monjes ancianos. En el ocaso de la vida, talvez en la enfermedad y en el sufrimiento, el monje, iluminado por la gracia, podrá y sabrá hacer de si mismo un don total y gozoso, dando muestra de haber cultivado las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, con la humilde y apasionada búsqueda de Dios y con la reflexión y meditación de la verdad. Como se lee en el Evangelio del “Amado”: “yo soy la vía, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre si no es por mi” (Gv 14, 16).

 

PARTE NORMATIVA

 

LOS FORMADORES

Constituciones   

67 – Norma fundamental y directivas eclesiásticas. En la formación monástica se sigue la norma fundamental de imitar a Cristo, según la enseñanza del Evangelio y de la Regla. En esta obra se deben observar las prescripciones de la Iglesia relativas a las disciplinas filosóficas y teológicas que se estudia en los seminarios, a la formación sacerdotal y el celibato, tomando por supuesto en cuenta las Constituciones.

 

68 – Responsables. Los encargados de la formación monástica son: el Abad general, los superiores de las casas de formación, el maestro de formación, cada uno dentro de los límites de su oficio y de su autoridad. Colaboran el Preside y los miembros de la Comisión para las vocaciones, la formación y los Estudios.

 

77 – Maestro de formación. El maestro de formación es nombrado por el Abad del monasterio, después de haber oído en Consejo de los Señores. Este nombramiento tiene que ser confirmado por el Abad General. Debe de tener por lo menos siete años  de profesión perpetua y treinta de edad. Su cargo dura 6 años y puede ser confirmado. No debe ser retirado del cargo durante los seis años si no es por justa causa.

 

78 – Competencias. El maestro de formación sea dejado libre de todo oficio y encargo que impidan su trabajo de formación y guía de los novicios. Por medio de Procure conocer por medio de conversaciones y observando su comportamiento si los novicios están firmes en sus propósitos y dispuestos a poner en práctica los compromisos de la vida monástica. En la instrucción de los novicios se le proporciona al maestro, si es necesario, unos asistentes. Las tareas y las ocupaciones de los novicios se ejecutan bajo la responsabilidad del Maestro de formación, que puede ser ayudado por uno o más monjes capacitados para eso. En todo lo que atañe a los novicios se tenga siempre como objetivo su formación monástica.

 

90 – Deberes del maestro de formación. El maestro de formación tiene sobre los monjes iuniores la misma autoridad que tiene sobre los novicios. Por lo tanto tiene que acompañarlos con cuidado y caridad, con el fin que confirmen su vocación monástica con el ejemplo y la palabra, en la oración, en la lectio divina, en la disciplina monástica, en los compromisos de estudio, de trabajo; los guía a la perfección evangélica y cultiva su sentido comunitario y eclesial.

Directorio

 

72 * Colaboración para la formación.  Los responsables de la formación se ayudan recíprocamente para realizarla con una dirección única, sólida, progresiva, cultivando antes que todo, las virtudes humanas y cristianas y el estilo de vida monástica, con vista a la profesión perpetua.

Para el efecto el Presidente de la comisión competente organiza encuentros todas las veces que sea necesario. Sin embrago no son sólo los encargados de la formación los responsables de la misma; toda la comunidad debe ser formativa y comprometida con el mejor éxito de los que están llamando a la vida monástica.

 

109 * Maestro de Formación. El Padre Maestro de formación  es el responsable directo de la formación de los monjes iuniores, fiel a las directivas del Abad general y en armonía con el Abad del monasterio y el Proyecto de Estudios. Con conferencias periódicas y coloquios personales les deben ayudar a entender siempre más profundamente la grandeza de la vida totalmente consagrada a Cristo en el estado monástico; estudia el carácter de cada uno para poderlos orientar y evaluar si son aptos para la vida monacal y eventualmente para el sacerdocio.

 

 

Ratio

 

4. El primer responsable de la formación en cada monasterio es el abad de la comunidad.

5. En el ejercicio de este ministerio, el abad se sirve de la colaboración fundamental del maestro de formación. 

6. El maestro de formación acompaña a los candidatos a la vida monástica desde el momento en que el abad se los entrega, por el periodo llamado de pre-postulado, es decir antes de su ingreso a la comunidad, y después durante los periodos sucesivos llamados de Postulantado, Noviciado y Iuniorado, hasta la profesión perpetua. 

7. El maestro de formación debe e todo momento recordar que el primer responsable de la formación en la comunidad es el abad y que por lo tanto debe reinar entre ellos una grande concordia, así como un gran respeto por el ministerio de cada uno de ellos en la comunidad. Es necesario entonces que se desarrolle con el abad una relación de confianza y de apertura respecto a los métodos, las dificultades, las elecciones vinculadas con el ejercicio de su formación. Con regularidad el maestro informará al abad del camino de cada uno de los jóvenes en formación y animará a los novicios y a los monjes iuniores a mantener con el abad un diálogo filial y periódico. 

8. Es tarea del maestro de formación presentar a los jóvenes al capítulo para la investidura, la profesión simple y la profesión perpetua, así como para las evaluaciones periódicas. El maestro tendría cuidado en perpetrar con el abad esta presentación antes del capítulo y hará todo lo posible para que estos momentos no sean una simple formalidad. Manteniendo por supuesto la necesaria discreción, informará a la comunidad con respeto a la evaluación de cada novicio, contestará a las preguntas, explicará sus decisiones desde un punto de vista pedagógico, pedirá sugerencias a los hermanos y procurará tomarlas en cuenta.

9. Puesto que abad y maestro de formación son complementarios tienen deberes distintos y distinta disponibilidad efectiva para ocuparse de los jóvenes monjes en formación, los dos cargos no pueden ser ocupados por la misma persona. Por este motivo, cuando no sea posible contar con un maestro de formación, o en el caso que éste faltará y no se encontrara un sucesor, los jóvenes en formación serán enviados a un monasterio con noviciado, escogido con el acuerdo del P. Abad General.

10. A partir de la profesión temporal, el maestro de formación colabora con el prefecto de estudios encargado de organizar la formación teológica de los monjes. Es oportuno que el prefecto de estudio se encargue de coordinar la formación teológica también cuando los estudios se desarrollan afuera del monasterio o a distancia.

11. Después de la profesión perpetua, el abad puede confiar al monje a un tutor encargado de acompañarlo en este delicado periodo de transición. En todo caso es oportuno que el compromiso del maestro de formación termine con la profesión perpetua, sin excluir que el abad puede confiar la tarea del tutor de uno que otro monje neo-profeso al mismo maestro de formación. El tutor anima y apoya al monje neo-profeso con una constante disponibilidad hacia él.

12. Los responsables de la formación, abad, maestro de formación, prefecto de estudios y eventualmente, el tutor, necesitan de la colaboración de toda la comunidad. En el monacato benedictino y en especial en la familia monástica de Monte Olivito, la caridad vivida en comunidad y entre monjes y monasterios de toda la Congregación es el fundamento de todo otro medio de formación. Es importante que el maestro de formación, por la dificultad de la tarea que le es encomendada, perciba siempre la confianza, la comprensión y el apoyo del abad y de la comunidad.

13. El abad, el maestro de formación, el prefecto de estudios, el tutor y los otros monjes involucrados en el proceso de formación, como por ejemplo el vice-maestro de formación o los hermanos que enseñan las materias teológicas, deberán reunirse con regularidad para seguir la evolución de los jóvenes monjes, para una mejor organización de su trabajo y para aprovechar de la específica experiencia de cada uno.

14. Es oportuno también prever momentos de verificación del proceso formativo de los jóvenes monjes por medio de reuniones del capítulo conventual, con el fin de permitir a la comunidad de evaluar mejor el camino espiritual recorrido, los progresos y las necesidades. En este contexto se recomienda al maestro de escuchar con atención las observaciones de los hermanos y sobre y todo aquellas del abad.

15. Dentro de las competencias propias de la Congregación, la formación está coordinada por la Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios que, junto con el abad general y el Definitorio, organiza en especial las incitabas dirigidas a la formación permanente (p.e. los Encuentros de Monte Oliveto).

16. Para Italia, la Comisión para las vacaciones, la formación y los estudios organiza un complemento a la formación de cada monasterio en forma de encuentros trimestrales de dos días completos cada uno, sobre la regla de S. Benito, la vida espiritual (Opus Dei, lectio divina, oración personal), la historia y la espiritualidad de la Congregación; todo esto bajo la responsabilidad de un hermano escogido por la comisión y conformado por el Definitorio. La participación de los monjes iuniores a estas reuniones formativas es obligatoria. Faltar a estas reuniones constituye un impedimento moral para la admisión a la profesión por parte del Abad general.  

17. La formación es una tarea complicada que necesita mucha responsabilidad. Los formadores se tienen que preparar para enfrentar con serenidad y competencia su servicio. Se hace necesario por lo tanto que acudan a cursos especializados, a sesiones de formación, a escuelas para formadores que se encuentran en distintas áreas geográficas. Hace falta sin embrago señalar que ningún curso o escuela podrá sustituir la relación profunda y radical entre formador y Buen Pastor, fuente y modelo de la formación monástica.

 

EL PRE-POSTULADO Y EL POSTULANTADO

 

Constituciones

 

69 – Finalidad. El postulandato es el periodo de tiempo que pasa en el monasterio quien pide de entrar a la vida monástica. Comienza con el noviciado. Tiene como objetivo preparar el tránsito del candidato de la vida seglar a la disciplina de la Regla y ofrece la ocasión para una primera evaluación de sus cualidades.

 

70 – Solicitudes y requisitos. Las solicitudes para el postulandato las acoge el Abad, después de haber oído el maestro de formación. Ambos verifican que los requisitos sean válidos y lícitos y examina los documentos que las prescripciones canónicas exigen por la admisión al noviciado.

 

Directorio

 

73 * Duración. El postulantado dura por lo menos seis meses.

74 * Sede. El postulantado se desarrolla en la casa del noviciado o en otro monasterio aprobado por el Abad general de acuerdo con el Abad local. Cada postulante sin embrago tiene que vivir por lo menos un mes en la casa de noviciado, antes de ser admitido a la investidura monástica. Una vez entrado tiene que observar la disciplina de los novicios.

 

75 * Titulo de estudio. El postulante, ante de ingresar al noviciado, debe haber obtenido por lo menos el titulo de tercero básico. Las excepciones deben ser sometidas al juicio del Abad y del maestro de formación.

 

76 * Juicio sobre el postulante. Antes de la admisión al noviciado, se debe procurar conocer si el solicitando tiene los requisitos de madurez humana y afectiva y las actitudes necesarias para asumir las obligaciones del estado monástico. En caso de dudas se puede solicitar el informe de un psicólogo experto y prudente, con el libre consentimiento del postulante y después de un periodo de prueba bastante largo.

 

77 * Ejecuciones espirituales. Los postulantes admitidos por el capítulo conventual a la investidura deberán hacer sus ejercicios espirituales por lo menos de cinco días enteros.

 

Ratio

18. El pre-postulantado es un periodo fundamental de discernimiento de la vocación del joven, no sólo a la vida monástica en general, sino a la forma concreta en que se realiza en un monasterio determinado.

Es indispensable que este periodo sea bastante largo y  que, antes de admitir el joven al postulantado, el abad y el maestro de formación hayan reunido un conocimiento suficiente de la madurez y del equilibrio humano, afectivo, psicológico y sexual del candidato.

19. En caso de duda, el maestro de formación podrá acudir a la competencia de un psicólogo, por medio de Institutos o Asociaciones aprobados por la Iglesia y las Conferencias Episcopales como lo son, p. e. en Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma, el Saint Luke Institute en Estados Unidos. Etc… La Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios recogerá informaciones al respeto y las transmitirá a los formadores que las solicitarán.

20. Cuando el candidato haya vivido una experiencia de conversión reciente o bien pasado largos años lejos de la Iglesia, será necesario que pase un periodo de consolidación de su fe afuera del monasterio y de catequesis, antes de admitirlo al postulantado. En algunos países las Iglesias locales, los seminarios o los movimientos eclesiales ofrecen años propedéuticos o de discernimiento de las vocaciones. Estos a menudo son óptimos medios para confirmar la fe y la vocación de los jóvenes y ofrecerles la posibilidad de conocer otros modos de entregar su vida al Señor. De esta manera, su elección de la vida monástica será más libre, mas madura y con m garantías de perseverancia.

21. Desde antes del ingreso al postulantado, es conveniente invitar al joven a pasar unas temporadas en el monasterio para favorecer un conocimiento gradual y reciproco entre el candidato y la comunidad. Inmediatamente antes de admitir al joven al postulantado se le propondrá una temporada sin interrupción de por lo menos un mes, después de la cual el abad y el maestro de formación evaluaran conjuntamente la oportunidad de otorgar el ingreso del joven en la comunidad por el postulantado. 

22. Si el aspirante ya ha sido miembro de un instituto religioso o de un seminario o de otro monasterio, el maestro de formación no admitirá al joven en monasterio por postulantado antes de haber tomado contacto personal con los responsables de formación de este instituto o seminario o monasterio, con el fin de obtener las informaciones necesarias sobre el candidato y sobre las razones de la interrupción de su experiencia. Para los sacerdotes y para los que han emitido los votos temporales o solemnes en otros institutos se seguirán las directivas del derecho canónico y de nuestras constituciones.

23. Los candidatos presentaran un certificado de bautismo o de confirmación, y además un certificado medico reciente que atestigüe con claridad la necesaria idoneidad psico-física.

24. El postulantado es un periodo de adaptación progresiva a la vida monástica. Puesto que es un periodo de ulterior discernimiento de la vocación, es necesario que la libertad del candidato sea sumamente resguardad.

25. El postulantado es el periodo ideal para consolidar los elementos fundamentales de la fe en el joven, de manera especial por medio de la Sagrada Escritura, el Catequismo de la Iglesia Católica y una primera lectura de la Regla.

26. La duración del postulantado depende del juicio del abad y del maestro de formación y, por supuesto, de la comunidad que se expresará en el capítulo conventual de admisión al noviciado. Este periodo no debe ser vivido como un simple tiempo cronológico de espera pasiva, como si fuese una inútil antesala del noviciado: más bien representa un momento único e intenso de maduración de la personalidad y sobre todo de la fe en el Señor Jesús. En consideración de la gran variedad de situaciones de donde llegan los aspirantes y las notables diversidades personales es extremadamente difícil proponer un tiempo adecuado y uniforme. Sin embargo parece razonable que, para jóvenes ya humanamente maduros y con un buen equilibrio humano, psicológico y afectivo, un periodo mínimo indispensable sea de por lo menos 6 meses afectivos de postulantado, sin contar el periodo de pre-postulantado o aspirantado. Se considera aconsejable, de toda manera, alargar el tiempo del postulantado, puesto que también un joven con una personalidad madura necesita tiempo para llegar a un siempre más profundo conocimiento del proyecto de Dios sobre su vida y para encontrar un adecuado equilibrio consigo mismo y con sus hermanos, en el mero contexto de vida comunitaria. El postulantazo entones puede tardar hasta dos años, de tal manera que el joven tenga el tiempo suficiente para verificar el equilibrio fisio-psicológico y espiritual necesario a la vida monástica.

EL NOVICIADO

Constituciones

71. Naturaleza. H­­ábito. Desde la toma del hábito monástico, o investidura, que se realiza al finalizar al postulandato, inicia el noviciado, durante el cual se pone a prueba la vocaci­ón monástica. Los monjes deben llevar al hábito como signo de consagración a dios y de comunión, según las normas del derecho común.

72. Finalidad. En el noviciado del novicio, bajo la dirección del maestro de formación, debe antes que todo conocer que es y que pide la vida monástica con su práctica de los consejos evangélicos, que un día deberá profesar con los votos para alcanzar una más perfecta caridad.

73. Sede. Para que el noviciado sea válido, se tiene que cumplir en un monasterio designado para esta finalidad [por el Abad general, a  norma del n. 178c de las Constituciones. Se debe cumplir en la comunidad y junto a los otros novicios, fraternalmente reunidos bajo la guía del Padre Maestro de formación.

74. Institución. Las casas de noviciado pueden ser instituidas a cada monasterio, en donde la normalidad de la vida monástica asegura el inicio de una formación seria.

75. Requisitos para la admisión. El candidato será admitido sólo si tendrá la edad prevista por el derecho común y los otros requisitos necesarios, a no ser que la legitima autoridad no exonera de los impedimentos. Se aplique en especial el can.  645, 2 C.I.C.

76. Duración. El noviciado dura doce meses de corrido. Si el novicio se aleja del noviciado por más de tres meses ya sea de corrido ya sea interrumpido, el noviciado no es valido. Una ausencia que supere los quince días tiene que recuperarse.

79. Estudio de los novicios. Los novicios antes que todo tienen que estudiar la Regla, la Sagrada Escritura, la Liturgia, la Historia monástica, los documentos conciliares, para poder así conocer mejor la vida consagrada y ser ayudado en una más amorosa búsqueda de Dios. Durante el noviciado está excluido todo tipo de estudio, ni filosófico ni teológico, con vista a obtener diplomas o terminar cursos.

80. Derechos y deberes. Desde la investidura los novicios gozan de todos los privilegios espirituales de los monjes. Están obligados a obedecer a sus superiores; al superior de la casa en la disciplina de la casa, al Maestro de formación en la disciplina del noviciado.

81. Novicios, sacerdotes. Los sacerdotes que solicitan hacerse monjes, se reciben como a los otros novicios, con la sola diferencia que ellos preceden a los novicios no sacerdotes,

82. Admisión a la profesión temporal. El novicio es admitido a la profesión temporal por parte del capítulo conventual con voto deliberativo. Si el voto es contrario, el novicio se le dimite, a no ser que el mismo capitulo le conceda una prorroga. 

83. Requisitos. Para que la profesión temporal sea válida se necesita que el novicio: a) tenga la edad prevista por el derecho común; b) haya concluido el tiempo del noviciado: c) haya sido admitido por el abad del monasterio con el consentimiento del capítulo conventual y que la admisión haya sido confirmada por el Abad general; d) que el novicio emita su profesión libremente, excluida toda forma de violencia o engaño, y de manera manifiesta: e) que su profesión sea recibida según Costit. 1; f) su profesión es un acto único e indivisible. Por lo tanto cuando falta la recepción de uno de los dos superiores, la profesión es inválida; g) el novicio debe profesar según la siguiente formula: En alabanza de la SS. Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo y de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, a nuestro Santo Padre benito, al Bienaventurado Bernardo, a los Santos cuyas reliquias está, aquí presentes y a todos los santos; a la presencia de los infrascritos testigos; en las manos del R. P., Abad de este monasterio, que en nombre y por autoridad del R.. P. Abad general, en comunión con él y también en su nombre, me recibe como monje de la Congregación de Santa Maria de Monte Oliveto, en esta comunidad prometo la estabilidad, la conversión de mi vida y la obediencia según la regla de nuestro Santo Padre Benito y las Constituciones de la Congregación de S. Maria de Monte Oliveto. En fe de lo anterior he llenado de mi propia mano la ficha y la he marcada con el signo de la Santa Cruz, Ano del Señor… el… del mes de…. Cuando la profesión tiene lugar en Monte Olivito Maggiore: en las manos del R. P.… Abad de Monte Oliveto y Abad general de la Congregación de Santa Maria de Monte Oliveto, el cual me recibe como monje de la Congregación en esta comunidad. Cuando la profesión tiene lugar en otro monasterio y la recibe el Abad General: en las manos del R.P.… Abad generadle ka Congregación de Santa Maria de Monte Oliveto el cual me recibe como monje de la Congregación y en comunión con el R. P.…. Abad de este monasterio, me recibe es esta comunidad.

84. Duración. La profesión temporal dura por lo menos tres anos. A criterio del Abad local puede ser emitida también con duración anual, renovable en confirmación. Si el Abad del monasterio o el mismo profeso juran por particulares motivos que se debe prorrogar la profesión temporal, el Abad puede postergar la profesión perpetua y, en este caso, el monje renueva su profesión temporal. En todos estos casos el Abad local informa previamente al Abad general.

85. Cesión de la administración. Antes de la profesión temporal el novicio con una declaración escrita debe ceder a quien quiera la administración de sus bienes e decidir libremente acerca de su uso y usufructo, reteniendo el solo derecho de propiedad. Durante la profesión temporal no se permite modificar dicha declaración. Sin el consentimiento del Abad del monasterio con el Consejo de administración. Si la declaración fue omitida por falta de bienes y estos llegan sucesivamente, o bien si la declaración fue hecha y sucesivamente se reciben los bienes bajo cualquier título, se debe hacer o renovar, no obstante que la profesión se haya emitido.

Directorio

78 * Finalidad. El tiempo del noviciado marca el inicio de una vida nueva y durante este tiempo es propio del maestro de formación examinar frente a Dios la vocación del novicio.

79 * Indumentaria del novicio. Los novicios visten como los monjes, a excepción de la capucha, y reciben el hábito monástico en el rito de la iniciación a la vida monástica.

80 * Formación. El maestro de formación realice encuentros y conferencias espirituales a los novicios todas las veces que lo crea oportuno y estos con humildad abran a él las necesidades de sus almas y escuchen sus consejos pasar progresar a las virtudes monásticas. Sin embargo los novicios pueden tener cada uno su director espiritual, dependiendo de la disciplina del noviciado; en todo caso sean dispuestos al coloquio, si el maestro de formación los invita.

81 * Madurez espiritual. Animado de sincera caridad, al maestro de formación cuide los novicios crezcan en madurez espiritual, viviendo profundamente los misterios de Cristo, ideal del monje y entregándose a una práctica generosa de oración personal y comunitaria.

82 * Espíritu de penitencia. Para convertirse verdaderamente a Dios los novicios deben procurar de adquirir espíritu de penitencia y compunción del corazón. Aprovecharán por lo tanto del examen de conciencia para hacer una evaluación resumida del día y participen en fervor a eventuales celebraciones penitenciales.

83 * sacramento de la Penitencia. Tengan por lo tanto en gran estima el Sacramento de la Penitencia, que restaura y corrobora después del pecado el don de la gracia ya recibido en el bautismo. Acercándose a menudo a este Sacramento se mejora el conocimiento de si mismos, a más frecuentemente, si así se desea. Sus superiores  proporcionen la ayuda de un confesor ordinario; sin embrago la novicios deben sentirse libres de confesarse con otros sacerdotes.

84 * Eucaristía.  Íntimamente vinculada a la Penitencia está la Eucaristía, Sacramento del amor, signo de unidad, vinculo de caridad. Por esto los novicios participen cada día al sacrificio de la Misa, que se completa con la comunión sacramental, recibida en plena libertad. Procuren quedarse gustosamente frente a Cristo eucarístico para disfrutar de su íntima familiaridad, abrirle su corazón y rezar para la paz y salvación del mundo. Aprendan de su maestro de formación como se hace la oración privada, comunitaria y contemplativa.

85 * Piedad Mariana. Muy útil es también la devoción a la Virgen María, propia de la espiritualidad olivetana, inspirada a las normas de nuestras constituciones y de nuestro directorio.

86 * Lectio divina. También para los novicios como para cada monje, la lectio divina es de la máxima importancia, procura por lo tanto dedicarle un determinado tiempo del día, bajo la guía del maestro de formación, que les enseñará como aprovechar mejor de ella. No la omitan sin grandes motivos. No busquen en ellas muchas cosas menos; más bien procuren asimilar la palabra de Dios, intercalándole reflexiones, elevaciones del alma y efusiones del corazón.

87 * Silencio. Los novicios se esfuerzan de vivir en silencio, la condición más adecuada para obtener aquel desprendimiento del mundo, que encuentra en el noviciado su momento más duro y decisivo.

88 * Amor fraternal. Al amor fraternal expresa en el modo más propio el amor que tiene para Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la marca del cristiano y sus manifestaciones más frecuentes están contenidas en la Regla.

89 * Sentido comunitario. Los novicios, vinculados en fraternidad bajo la dirección del maestro de formación, se acostumbren al coloquio privado y comunitario, respetando las opiniones ajenas mientras exponen las propias. A su vez todos los miembros de la comunidad demuestren a los novicios amistad, bondad, aprecio para crear un clima de confianza y apertura.

90 * Actos comunes. En sus condiciones de vida los novicios participen a todos los actos comunes de oración, trabajo, recreo, refacción con puntualidad y exactitud.

91 * Separación. Puesta la específica naturaleza del noviciado se hace necesaria algún tipo de separación de los novicios respeto a la demás comunidad, sin que esto se vuelva en perjuicio del carácter de familia propio de la Comunidad Benedictina o las relaciones de trabajo y de edificación mutua existente entre los monjes. Menos frecuentes, en cambio, y a criterio del maestro de formación, sean las relaciones con huéspedes. Para salir del área del noviciado se necesita el permiso del maestro de formación.

92 * Sentido eclesial. Los novicios se sientan parte viva no sólo de la comunidad a la cual se están integrando, sino también de toda la Iglesia, a la cual consagra la vida, la oración, el sacrificio y todas las actividades.

93 * Trabajo. Estén dispuestos a desarrollar los trabajos que el maestro les confíe. Se tienen capacidad o inclinaciones específicas, o preferencias por algún tipo de trabajo, manifiéstelo con sencillez al maestro de formación.

94 * Recreación. Consideren el recreo no sólo como una diversión, sino también una ocasión para ejercer la caridad fraternal, intercambiar ideas, conocerse recíprocamente y aprender a convivir.

95 * Relaciones epistolares. Visitas. Los novicios mantengan una justa medida en la correspondencia con parientes y amigos, a discreción del maestro de formación. Para demostrar su efectivo desprendimiento del mundo y de su propia voluntad, entregarán al maestro de formación su correspondencia en salida, mientras recibirán cerrada la correspondencia llegada. Depende del maestro de formación la posibilidad de recibir o no visitas de parientes y amigos.

 96 * Dinero. Para prepararse al voto de pobreza no mantengan dinero en su disponibilidad. Entréguenlo al maestro y escuchen su juicio en lo que se refiere a la utilización del mismo.

97 * Medios de comunicación. Recordando que en el monasterio el monje vive ¨bajo la guía y el mando ajeno (Regula V, 12), sepan los novicios que para la utilización de radio, televisión, teléfono, para la lectura de periódicos y revistas dependen del maestro de formación.

98 * Comportamiento exterior. En todo y siempre procuren portarse con propiedad, orden y buena educación. Aprendan antes que todo las normas prescritas para participar decorosamente al Opus Dei y desarrollar con firmeza los distintos servicios litúrgicos y monásticos de la Comunidad.

99 * Interrupción. El noviciado se interrumpe y se tiene que volver a empezar, si el novicio deja la cada del noviciado sin permiso y con las intención de no regresar, o bien si es dimitido. Si el novicio que ha regresado al “mundo” por cierta ligereza pide ser admitido de nuevo a la Comunidad, no puede ser acogido sin el consentimiento deliberativo del capítulo conventual. El novicio negligente en la disciplina o desprovisto de espíritu religioso, es dimitido con la aprobación del Consejos de los Señores. Aún cuando no perjudiquen la validez del noviciado, las ausencias del novicio sean pocas, breves, seriamente motivadas y concedidas por el Abad de acuerdo con el maestro de formación.

100 * Admisión a la profesión temporal – juicio de idoneidad. Cuando está por vencer el tiempo canónico del noviciado, al Abad, después de haber examinado el novicio, personalmente o por medio de otra persona, si está dispuesto a abrazar la vida monástica y si conoce las cargas, los deberes, pregunta a la Comunidad si lo considera idóneo a esta vida. Sucesivamente con el maestro de formación y los Seniores evalúa si puede ser presentado al capítulo conventual para la admisión a la profesión temporal. En caso de duda, o si no es considerado todavía maduro, el novicio puede ser dimitido. En todo caso no se propone al capitulo conventual. Concluido el noviciado o el periodo de prorroga, si el juicio será favorable, el novicio será presentado al capitulo conventual para que sea admitido a la profesión temporal.

101 * Capítulo conventual. El novicio considerado idóneo se presenta al capítulo conventual reunido y solicita ser admitido a la profesión. Después del consentimiento del capítulo conventual el Abad del monasterio admite al novicio a la profesión temporal; seguidamente presenta, junto con la relación del acta capitular, la decisión al Abad general para su confirmación. Obtenida la confirmación, el novicio hace cinco días de ejercicios espirituales y al final, terminado el tiempo de noviciado, emite la profesión temporal.

102 * Profesión anticipada. El abad local puede permitir por justos motivos, que la profesión temporal sea anticipada, sin embargo no más de quince días.

103 * Rito y boleta de profesión. El rito de profesión se celebra como previsto en el Ritual. La boleta de profesión, subscrita por el profeso, por la persona que ha recibido la profesión y por dos testigos, será enviada en original o en fotocopia a la Curia generalicia, en el caso en que el acto se haya dado afuera del Arquicenobio, para que se conserve en el Archivo.

Ratio

27. El noviciado está consagrado de manera especial a insertar la vida cotidiana del novicio en la lectio divina y en la oración, para alimentar una participación verdaderamente provechosa del Opus Dei. En este periodo, además, el novicio se adapta al equilibrio de la vida monástica en la cual el trabajo bendecido por la obediencia ocupa un lugar fundamental.

28. La primera tarea del maestro de formación se dirigirá por lo tanto a formar en el novicio la práctica de la lectio divina, por medio de las formas de condivisión o las pedagogías que se consideren más adecuadas. De la misma manera el maestro acompañará con especial cuidado al novicio en la profundización de la vida de oración, con su ejemplo, su enseñanza y una constante animación a la perseverancia.

29. El noviciado es también el periodo de la primera sistemática asimilación del texto de la Regla de S. Benito. No se trata de un estudio teórico o crítico, más concreto, dirigido a asimilar sus valores y su espíritu de vida. Se pondrá especial atención a los contenidos y frutos de la obediencia y de la conversión de los hábitos de vida, especialmente en orden a la castidad, a la madurez afectiva, y la práctica de la pobreza. Esta lectura de la Regla tomará en cuenta la manera en que esta se vive en la comunidad. Así se podrá verificar si esta comunidad particular es verdaderamente el camino en el cual el joven está llamado a Dios.

30. Más que organizar la enseñanza durante el noviciado en cursos o materias, el maestro procurará de mantener con los novicios un diálogo permanente en el cual, paulatinamente y con muchas referencias a la vida y a la experiencia cotidiana, se estimule la asimilación de los principios y de los contenidos fundamentales de la liturgias de las horas y de la Sagrada Escritura, con especial énfasis en los Salmos. Además proporcionará una perspectiva de síntesis sobre los aspectos más importantes de la historia y de la espiritualidad del monasterio, de la familia monástica de Monte Oliveto y de la orden de S. Benito. Eventualmente el maestro buscará también la colaboración de personas competentes llamadas desde afuera del monasterio.

31. El novicio estará en diálogo frecuente con el maestro de formación, abriéndole su corazón y entregándose a su acompañamiento espiritual con docilidad, simplicidad y confianza. Esta relación de apertura del corazón es el requisito fundamental de una vocación monástica y un instrumento privilegiado para crecer en la atención a la presencia y a la acción de Dios en la propia vida; para cultivar el conocimiento de si mismo; para aprender a discernir los obstáculos que pueden existir en sí mismos y los medios para superarlos.

32. El Abad recibirá periódicamente al novicio, con el fin que la relación con el padre de la comunidad sea de veras filial y fundamentada sobre un verdadero conocimiento recíproco.

33. El noviciado es un periodo importante para llegar a aceptar a la comunidad en su más auténtica realidad. Con todas sus limitaciones la comunidad es el lugar de la presencia de Dios, su don, su pequeña Iglesia en la cual el monje es llamado a radicarse en Cristo. En el mismo tiempo, el noviciado es un periodo en el cual el joven empieza a familiarizarse con el espíritu, la gracias y las instituciones de la familia monástica de Monte Oliveto, abriendo el corazón a la belleza del descubrirse miembro de un solo cuerpo.

34. Por lo menos algunas de las actividades recreativas semanales novicios y maestro las pasen juntos.

35. La comunidad tiene suma importancia en la formación del novicio. Esa es el contexto real en donde se descubre la Regla en su concreta actuación histórica y donde ejercitarse para vivir la letra y el espíritu, contribuyendo así  a que el mismo novicio pueda mejorar la vida espiritual de su familia monástica. Las luces de la comunidad pueden favorecer la asimilación de los principios de la vida monástica, así como las sombras pueden generar deseos en el camino y hasta tener efectos negativos en la formación del novicio. Es tarea de la Comisión para las vocaciones, la formación y estudios invitar a que el Definitorio verifique constantemente, sobre y todo por medio de visitas canónicas, si las comunidades sede del noviciado permanecen idónea a su finalidad.

36. El noviciado en un periodo delicado de lectio interior, en el cual al joven no se le debe corregir con intervenciones intempestivas por parte de otros hermanos de la comunidad, más bien debe ser acompañado con gradual paciencia, en el respeto de sus ritmos de maduración. Para facilitar este proceso, el maestro de formación será el único mediador entre comunidad y jóvenes en formación y todo tipo de observación, corrección o sugerencia debe pasar por él. El abad podrá intervenir de acuerdo con el maestro de formación. Además el abad se hará cargo que se respete esta norma por parte de todos los hermanos de la comunidad.

37. El maestro dirigirá su especial atención en observar como el novicio vive y testimonia:

1         su relación con Dios Padre, Hijo y espíritu Santo en el Opus Dei, en la lectio divina y en la oración personal;

2         su proceso en el conocimiento y en la aceptación de sí, de los hermanos y de la comunidad;

3         la calidad de su obediencia y de la apertura de su corazón en el acompañamiento espiritual;

4         la fidelidad y el cuidado de los compromisos comunitarios, en el trabajo y en las tareas que tiene a su cargo; el amor para el monasterio y para la Congregación se comprende también con un objetivo interés para su historia.

38. El noviciado es un tiempo especial en el cual hay que tener mucho cuidado en preservar la libertad de discernimiento del joven y por lo tanto el maestro y la comunidad deben quedarse abiertos a la posibilidad que el candidato decida de dejar el monasterio. El maestro deberá ayudar a aquellos que deciden de salirse a no vivir esta decisión como un fracaso, sino como una etapa de su propio camino de discernimiento, cuyo significado aparecerá más claro con el tiempo. Todo esto vale también en el caso en que el maestro, de después de haber consultado el abad, tenga que invitar al novicio a dejar el monasterio. En este caso deberá ayudar al joven a no vivir esta salida como un rechazo, sino como una decisión inspirada sobre y todo para el bien mismo de la persona que no podría encontrar su equilibrio e aquel tipo de vida, o en aquella comunidad particular. Permitir a un joven de quedarse un tiempo demasiado largo en un monasterio cuando se tiene la certeza que no se podrá acogerlo definitivamente, puede ser un perjuicio para el bien sea del joven sea de la comunidad. Si durante el periodo de formación (noviciado o iuniorato) un joven fuese alejado de un monasterio olivetano, no podrá sucesivamente ser acogido por otra comunidad olivetana.

39. Durante todo el periodo de formación, es decir a partir de la entrada el monasterio por el postulantazo hasta la profesión perpetua, el joven monje depende del maestro de formación por todos los permisos necesarios, especificados en las Constituciones y en el Directorio, especialmente al respeto de sólidas relaciones con parientes ya amigos, uso del teléfono, del correo y de los otros medios de comunicación. Se tenga cuidado en acompañar las relativas normas disciplinares con una participación fundamental de orden espiritual y eclesial, como, p. e., la que se lee en Lumen gentium: “Alguien no piense que los religiosos con su consagración se vuelvan ajenos a los otros hombres e inútiles en la ciudad terrenal. En efecto, aún cuando en algunos momentos no estén directamente al lado de sus contemporáneos, los tienen todavía presentes,  de manera más profunda, en la ternura de Cristo, y colaboran con ellos espiritualmente para que la edificación de la ciudad terrenal sea siempre más cimentada en el Señor y dirigida hacia él, y no suceda que trabajen en vano aquellos que la están construyendo”.Más disposiciones respecto al uso de los medios de comunicación durante el delicado tiempo de la formación se encontrarán en el siguiente capítulo a los números 41-44.

 

 

EL IUNIORATO

Constituciones

86. Naturaleza del iuniorato. El iuniorato es el periodo que el monje, aún siendo sacerdote, pasa la profesión temporal y la profesión perpetua.

87. Finalidad. Este tiempo no es más que la confirmación de la formación monástica iniciada con el noviciado.

90. Deberes del maestro de formación. El maestro de formación tiene sobre los monjes iuniores  la misma autoridad que tiene sobre los novicios: Por lo tanto tiene que seguirlos con cuidado y caridad, para que se confirmen en la vocación monástica con el ejemplo y la palabra, en la oración, en la lectio divina, en la disciplina monástica, en el compromiso de estudio, de trabajo; los guía a la profesión evangélica y cultiva en ellos el sentido comunitario y eclesial.

91. Formación de aquellos que no se encaminan al sacerdocio. Los que no son aspirantes al sacerdocio se dediquen a los estudios planificados por la Comisión competente y aprobados por el abad general junto con el Definitorio para formarse en la espiritualidad benedictina y en el carisma de nuestra congregación. Estos estudios se relacionan especialmente con liturgia, Sagrada escritura, disciplinas monásticas y cultura religiosa.

92. Formación de los aspirantes al sacerdocio. Los aspirantes al sacerdocio continúen sus estudios humanísticos y obtengan, si fuese posible, títulos afines a diplomas profesionales. Para los estudios de filosofías y teología se sigan las directivas de la Santa Sede en especial el reglamento Fundamental de Formación Sacerdotal (cf. N. 2, 59-61). El programa de estudios está fijado según la Ratio Formationis. En cada monasterio está redactado por el Prefecto de Estudios y aprobable por el Abad local. Para una preparación adecuada a los órdenes sagrados sacerdotales y de configurar toda su vida sobre el modelo de Cristo, sacerdote y víctima.

93. Sede de estudios. Los superiores competentes elijan monasterios aptos a estudios humanísticos, filosóficos y teológicos, donde se pueda facilitar la frecuencia y sea asegurado la seriedad y el rendimiento, sea que las escuelas sean externas o bien con internado. Los estudios pueden ser organizados también en colaboración con otros institutos religiosos, especialmente monásticos.

 94. Profesión perpetua. Edad. La profesi­­ón perpetua no se puede hacer antes de haber cumplidos los 23 anos, ni antes que se haya cumplido un iuniorato no inferior a tres años y no superior a nueve (cf. Can. 657, 2 C.I.C.)

95. Obligaciones. Tres meses antes que termine al periodo de los votos temporales el candidato transcurre un cierto tiempo en meditación para reflexionar bien sobre las obligaciones que va a asumir. Si decide preservar en el estado monástico, tiene que dirigir una solicitud escrita al Abad para que él la proponga al capítulo Conventual. El candidato es admitido por el abad del monasterio con el consentimiento del capitulo conventual. Esta admisión tiene que ser confirmada por el Abad general con base en las relaciones de las actas deliberativas.

96. Emisión. Recibida la confirmación, el monje emite la profesión de votos perpetuos según las constituciones (cf.  Nn. 1; 83), después de haber hecho los ejercicios espirituales prescritos. Utilizará la misma formula contenida en el n83 g, pero después de las palabras “prometo la estabilidad” añade pepeteua.

97. Renuncia a los bienes. En los dos meses antes de la profesión perpetua, con una declaración firmada, el monje renuncia a todos los bienes que estén a su nombre a favor de quien quiera, bajo la condición que se efectúe la profesión. Emitida la profesión, se harán todos los trámites para que la renuncia tenga efecto también civil. Después de la profesión perpetua todos los bienes que puedan llegar al monje pasan al monasterio, puesto que “todo lo que el monje percibe, lo percibe por el monasterio”. Con la profesión perpetua el monje entra a pleno titulo a formar parte de la comunidad. Puede ser acompañado por un tutor que lo introduce a la vida comunitaria.

98. Requisito para los ministerios. Para la admisión de monjes a Ministerios Instituidos, que pueden ser conferidos también a profesores temporales, se necesita obtener la aprobación del Abad del monasterio con voto consultivo del Capítulo Conventual, y observar las prescripciones de la Santa Sede y de las Conferencias Episcopales sobre los requisitos y los intervalos.

99. Requisitos para las órdenes sagradas. A las órdenes sagradas se puede ser admitidos solo después de la profesión por las leyes eclesiásticas y haber ganado los exámenes. Compete al Abad local llamar a los monjes, después de un cuidadoso discernimiento, escuchar su deseo y respetar su libertad. Después de haber consultado el Prefecto de estudios, el Abad presenta a los candidatos al Capítulo conventual de la comunidad, cuyo voto es consultivo. La decisión del Abad local tendrá que ser confirmada por el Abad general, que deberá ser informado de todo.

Directorio

104 * Actuación de la finalidad del iuniorato. La preparación ala profesión de votos perpetuos, finalidad del iuniorato, se realiza en el ejercicio seguido y progresivo de las virtudes monásticas, la observancia de la Santa Regla y de nuestro Cuerpo constitucional, una devoción especial a Maria SS., un concreto interés por nuestra Congregación y su historia, la seriedad y el empeño en los estudios, la laboriosidad, la aceptación de la comunidad con sus aspectos valiosos y sus defectos.

105  * Juicio de idoneidad. Los monjes iuniores con su comportamiento deben producir la certeza moral de su propia idoneidad al estado monástico y al sacerdocio, concientes que los superiores competentes, en caso contrario, no podrán lícitamente admitirlos a la profesión definitiva y menos todavía a los órdenes sagrados.

106 * Responsable de los iuniores. Superiores directamente responsables de los monjes iuniores con el abad local y el maestro de formación.

107 * Abad general. Los monjes iuniores tengan para el Abad general, padre de toda la Congr4egación y de cada monje, una veneración filial; reacuérdenlo cada día en su oraciones y demuestren siempre hacia él plena docilidad.

108 * Abad local. El Abad local vigile sobre la formación monástica de los monjes iuniores, de manera tal que siempre se observa las prescripciones de la Santa Sede y del Abad general.

109 * maestro de formación. El padre Maestro de formación es el responsable inmediato de la formación de los monjes iuniores, fiel a las directivas del Abad general y en armonía con el Abad del monasterio y el Prefecto de estudios. Con conferencias y coloquios personales procure que los monjes comprendan siempre más profundamente la grandeza de la vida totalmente consagrada a Cristo en el estado monástico; estudie el carácter de cada uno para poderlos orientar y juzgar si son idóneas a la vida monástica y eventualmente al sacerdocio.

110 * Relaciones con el Maestro de Formación. Los monjes iuniores consideren a su maestro de formación no tanto como al supervisor de la observancia disciplinaria, cuanto como al padre que los guía, en el camino difícil de la perfección evangélica: a consagrarse para siempre a Cristo en nuestra Congregación y eventualmente a configurarse todavía más a Cristo Sacerdote en las Ordenes Sagradas.

111 * Deberes de los iuniores. Viviendo en directa dependencia del Maestro de Formación, tiene que solicitarle a él los necesarios permisos, en especial para ausentarse de los actos comunes, de las horas de escuela y de estudio en la celda, para salir del monasterio, en cuyo caso deben tener también el permiso del Abad. Por cualquier necesidad se dirigir’an a él y no a los oficiales del monasterio. Participen a todos los actos de la vida comunitaria, según el juicio del Abad y del maestro de formación. Tengan sus celdas, si fuera posible, en una parte idónea del monasterio, llamada, según nuestra antigua tradición, “clericado”. Cuando andan afuera del monasterio, si no utilizan el hábito monástico, vistan el “clergyman” o lleven algún distintivo eclesiástico.

112 * Virtudes y Opus Dei. En todo momento de su formación se comprometan en observar la regla; sean fieles a los horarios, al ejercicio de la dócil dependencia en todo, al sentido comunitario, al sacrificio. Se comparen más en Cristo y con la Regla de S. benito en lugar de compararse a los otros. Demuestren de haber asimilado la regla con su valor prioritario del Opus Dei, participando en él con atención y concentración, observando cuidadosamente todo lo que prescribe el Directorio litúrgico. Desarrollen el sentido y el amor para la oración, dedicándose también a la oración privada. Participen en el que se les han confiado durante la celebración de la liturgia de las horas y de la misa conventual.

113 * Opus Dei durante las vacaciones. Los profesores temporales, aún no estando obligado a reponer las partes de la liturgia de las horas a las cuales no han participado, procuren por lo menso rezar privadamente las laúdes y vísperas, horas de mayor importancia, de manera especial cuando estén afuera del monasterio. Los monjes iuniores durante las vacaciones no descuiden la misa diaria, el Rosario y la lectio divina.

114 * Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los monjes iuniores pueden elegir libremente al confesor. El maestro de formación, si lo cree oportuno, procure que por lo menos cada quince días está disponible en él “clericado” un confesor, recordando lo que prescribe la Iglesia: “Los superiores cuiden de promover la frecuencia al Sacramento de la Penitencia y velen para que los miembros puedan confesarse por lo menos cada dos semanas, o también más a menudo, si lo desean” (Dum Canonicarum, n. 3). La participación diaria a la Eucaristía, que se realiza plenamente en la comunión sacramental recibida a plena libertad, es el acto central de la vida consagrada.

115 * Estudio. El estudio, después de la oración, es la ocupación principal de los monjes iuniores, en especial de aquellos que se preparan para las Ordenes Sagradas: procuren dedicarse a ellos con todo empeño. Durante las clases pongan la máxima atención; sean siempre respetuosas hacia el Prefecto de estudios y sus catedráticos.

116 * Trabajo. Procuren aprender a valorar todo tipo de trabajo necesario al monasterio y mandado por el maestro de formación. Desarrollen con cuidado los servicios monásticos que le sean encomendados y demuéstrense siempre dispuestos y generosos. Con el beneplácito de los Superiores pueden dedicarse a actividades específicas arsenales o artísticas. Si alguien está encargado de algún oficio del monasterio, lo desarrolle bajo la supervisión formadora del maestro de formación monástica.

117 * Participación o reuniones. El Abad puede invitar a participar monjes iuniores de votos temporales algunas reuniones de la Comunidad (no al Capítulo conventual); ellos, en estos casos, den sus aportes con humildad y maduración, respetuosos hacia los hermanos, sobre y todo los ancianos, y sinceramente deseosos del progreso de la vida monástica en la Comunidad.

118 * Hacia los huéspedes. Se comporten con los huéspedes como prescribe la Regla: “Quien no tiene permiso, no se detenga con los huéspedes,… pero cuando los encuentra, los saluda respetuosamente” (cf. c. LIII).

119 * Correspondencia. Toda la correspondencia de los monjes iuniores pase por las manos del maestro de formación; la correspondencia que llega por lo normal sea entregada cerrada. Respecto al dinero de los profesores temporales, si se trata de bienes propios, es decir del patrimonio, se actúe conforme al n. 85 de las Constituciones; si se trata de otro dinero se entregue al Depositario, por medio del Maestro de Formación, porque todo lo que el monje adquiere con su actividad o por su relación con la religión, lo adquiere para la religión.

120 * Medios de comunicación. Por el uso de los medios de comunicación sigan las indicaciones de los superiores; por el teléfono piden el permiso.

120 bis * Profesión anticipada. El Abad general puede permitir por justa causa, que la profesión perpetua se anticipe, pero no más de un trimestre.

121 * Admisión a la profesión perpetua. Periodo de reflexión. En el tiempo preparatorio a la profesión perpetua, cf. n. 95 de las Constituciones, el joven monje participa a la sesión organizada por la Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios, a no ser que el Abad, después de haber consultado el Abad general, decida postergarla. Compete al Abad, de acuerdo con el maestro de formación, establecer como emplear el periodo de reflexión ante de la profesión perpetua.

122 * Solicitud escrita. Donde conservarla. En la solicitud escrita en la cual pide al Abad proponiendo el Capítulo Conventual para la admisión a la profesión perpetua, el candidato debe atestiguar de ser llamado a la vida monástica, que conoce las cargas, que quiere libremente asumirlas y declara el firme propósito de perseverar en perpetuo. Sin embrago antes de redactar tal declaración, reflexione durante un periodo de recogimiento y se aconseje con su director espiritual, con el Abad y con el maestro de formación. La declaración, escrita por él y firmada, sea conservada, junto con la boleta de profesión y con el acta de renuncia prescrito en el n. 97 de las Constituciones, en el archivo de la Curia generalicia, a la cual puede ser enviada fotocopia de estos documentos, en lugar de los originales.

123 * Ejercicio espiritual. Para prepararse a la profesión perpetua el candidato se recoja en retiro espiritual de ocho días, que podrá hacer, si es más cómodo, también en una casa de ejercicios espirituales.

124 * Admisiones a los ministerios i órdenes sagrados. Obligaciones. Antes de admitir un monje a los ministerios instituidos y a los órdenes sagrados, el Abad se informará con el maestro de formación sobre su idoneidad y con el Prefecto de estudios sobre sus resultados. El Abad local admite a los Ministerios instituidos con el voto consultivo del capítulo conventual. Después de la necesaria consulta, el Abad local presenta el monje por las órdenes sagradas, aplicando el n. 99 de las Constituciones. Con respeto al Diaconato y Presbiterato, los superiores de las casas formadoras podrán proporcionar cartas dimisorias necesarias el Obispo que ordene. En el caso de casas no formadoras, se seguirá en n. 166, 0, de las Constituciones.

125 * Ejercicios espirituales. Los candidatos, antes de recibir ministerios instituidos hagan tres días de ejercicios espirituales; ocho días antes de cada uno de las órdenes sagradas.

 

Ratio

 

40. Después de la profesión temporal inicia el periodo de iuniorato (que termina con la profesión perpetua) que puede durar de un mínimo de tres hasta un máximo de nueve años. El profeso temporal se queda bajo la guía del maestro de formación hasta la profesión perpetua.

 

41. El iuniorato es el tiempo propicio para enraizar todavía más lo que se ha adquirido durante el noviciado. El monje iunior por un lado deberá madurar más síntesis vital de los valores y de las motivaciones de la vocación monástica, la conversión de los hábitos de vida y la vida fraternal, inaugurando así aquel proceso de unificación que constituye el dinamismo fundamental de la vocación monástica con la conciencia de ser monje de una específica comunidad. Por otro lado deberá aprender a percibir siempre más su propia pertenencia a la familia monástica de Monte Oliveto, no como una realidad lejana, abstracta o bien jurídica, sino como una communio que él experimenta cada día en una familia monástica que es porción del entero cuerpo de la Congregación. Aquí se encuentra la primera peculiaridad de la familia monástica de Monte Oliveto: la profesión y la estabilidad de la Congregación realizada ordinariamente en cada cosa. El monje iunior por lo tanto sea guiado a crecer en el amor para su comunidad, para cada uno de sus miembros, para el abad que lo guía, al mismo tiempo que crece el amor para la familia monástica de Monte Oliveto, a que pertenece, constituida por las comunidades y los hermanos que paulatinamente conocerá a través sobre todo de la fraternidad propia del abad general.

 

42. Este tiempo permitirá verificar si el joven llega a encontrar su equilibrio humano y espiritual dentro de la comunidad, abrazando con amor la dimensión de soledad y de separación del mundo propio de la vocación monástica. Por este motivo es importante hacer énfasis en la vida ”regula” del monje iunior, involucrándolo sólo de manera ocasional en la actividad directa de la acogida o en cualquier forma de apostolado del monasterio. 

 

43. En ningún caso el monje iunior podrá tener la autorización para tener acceso al e-mail o Internet directamente de su celda, ni podrá tener personalmente un celular.

 

44. El uso del e-mail y la consultación de Internet por lo normal no son permitido antes de la profesión temporal. Después de la profesión temporal están permitidos solo en un salón común, específicamente designado para eso.

 

45. Cada vez que los monjes iuniores, por motivos de estudio o de trabajo, tiene necesidad de consultar Internet, deba pedir específicamente permiso al padre maestro.

 

46. Los monjes iuniores pueden ser autorizados a tener una dirección e-mail personal en la computadora comunitaria. La formación a un uso responsable de este medio de comunicación, según las exigencias de despego propias de la vida monástica, es uno de los temas que más urgentes para una sabia pedagogía monástica actualizada.

47. Ni siquiera cuando las comunidades sean muy reducidas cuanto a número, no se le encomendará al joven monje iunior ningún oficio comunitario antes de la profesión perpetua (economato, procuraría, forestaría, dirección del coro etc…). Después de la profesión perpetua se les podrán confiar cargos comunitarios sólo en la medida en que no sean obstáculos para los estudios teológicos del primer ciclo. Tomando en cuenta las necesidades concretas de la comunidad, se debe dejar a los monjes iuniores, con sabia generosidad, tiempo suficiente sus cursos y para el estudio.

48. Durante el iuniorato, el maestro de formación, utilizando una pedagogía interactiva, llevará adelante con los jóvenes una reflexión profunda sobre el sentido de la vida monacal. Una de estas formas de pedagogía puede ser la de seminarios de lectura y diálogo comunitario de textos importantes de espiritualidad monástica – primero entre todos la misma Regla de S. Benito, enriquecida con reconocidos comentarios – y de la tradición de la familia monástica de Monte Oliveto. Entre los temas a profundizar se podrán tratar la obediencia, la conversio morum, la castidad, el equilibrio afectivo, la pobreza, la humildad, el silencio, el Opus Dei, la lectio divina, la ascesis, el trabajo. Otra sería de temas podrá referirse al carisma de la familia monástica de Monte Oliveto, estudiado a través de los textos que se han producido a lo largo de la historia de la Congregación, en especial las Constituciones (las primeras y las últimas), las crónicas (sobre y todo aquella de Antonio de Barga) y las cartas del beato Bernardo Tolomeo.

49. También durante el iuniorato el maestro de formación es el único mediador entre la comunidad y los jóvenes en formación. Toda observación, corrección o sugerencia debe pasar por él. No obstante, en la medida en que el joven se hace más capacitado para manejar con serenidad y discernimiento observaciones, correcciones y sugerencias por parte de otros hermanos, el maestro de formación podrá autorizar otros monjes a actuar directamente con los mismos.

50. El maestro de formación con todos los medios y con mucho cuidado de favorecer un clima de sincero afecto, de acogida y de ayuda recíproca entre los monjes iuniores, tratando al mismo tiempo que se integren progresivamente y plenamente a la entera comunidad. Por lo menos una parte de las actividades recreativas semanales de los monjes iuniores (deportes, paseos, etc.) se hagan en común. Con el mismo fin, se favorezcan actividades a trabajos comunes entre monjes iuniores, toda vez que esto sea posible.

51. Durante el iuniorato, por lo normal, se inician los estudios teológicos del primer ciclo. Estos, sin embrago, no deben ser mecánicamente subordinados a la futura eventual ordenación presbiteral. Por esta razón se procurará que la sagrada ordenación no se realice automáticamente después de haber terminado el primer ciclo de estudios teológicos. La admisión al ministerio diaconal  y presbiteral debe ser determinada efectivamente por la voluntad del abad el cual, después de escuchar la comunidad, evaluará también la oportunidad en relación a las necesidades de la comunidad y al bien de la persona. El monje, al cual se confíe el ministerio ordenado, después de mucha oración y reflexión manifestará su eventual disponibilidad: se recuerda que tiene que entregar al abad “una declaración, redactada de su mano, en la cual deja firme que quiere recibir la sagrada ordenación espontáneamente y libremente” (CJC can. 1036).

52. Es competencia del prefecto de estudios, en acuerdo con el Abad y eventualmente con los hermanos encargados de la enseñanza en la comunidad, preparan un programa de estudio que se conforme a las normas previstas por la Santa Sede y por las conferencias espirituales para los institutos de formación teológica. Este primer ciclo de estudio inicia después de la profesión temporal, durará entre 5 y 7 años y comprenderá las siguientes disciplinas fundamentales: Sagrada Escritura (Introducción y exégesis), patrología y patriótica, filosofía (historia y tratados sistemáticos), teología fundamental y dogmática (positiva y sistemática), teología moral (fundamental y especial), liturgia (en especial eucaristía y liturgia de las horas). Hay además una serie de disciplinas menos fundamentales que sin embrago deberán ser servidas para una formación lo más posible completa, sobre y todo en orden a la vida y a la espiritualidad monástica. Con esto se hace referencia a la teología espiritual, a la teología y al derecho de la vida consagrada, a la historia de la Iglesia y más determinante al monacato. Cada disciplina será dividida en materias en cada una de las cuales se tratará de manera específica una temática particular de la cual se presentará el génesis y el desarrollo histórico con un acercamiento directo a las fuentes. Como referencia medible se sugiere que una materia se sugiera que una materia se desarrolle en no menos de 24 horas en enseñanza a 3 ECTS (European Credit Transfer System). Mucha importancia se dará al estudio del hebreo, del latín y del griego y entre los idiomas modernos, el italiano que, tradicionalmente, es el idioma más usado en las relaciones internas de nuestra familia monástica.

53. Puesto que es bien difícil que nuestras casas puedan contar con hermanos que tengan verdaderas competencias en todas las disciplinas arriba mencionadas, para garantizar a los monjes una buena formación teológica, se hace necesaria la colaboración con instituciones formativas externas. Las soluciones que se pueden adoptar son varias: desde una escuela en el monasterio con docentes internos y otros llamados desde afuera, hasta una escuela externa al monasterio donde los monjes iuniores no sólo estudian sino también residen. Entre estos dos polos hay otras opciones posibles, como estudios desarrollados en institutos de formación externas bastante cercanos al monasterio de manera que esto permite a los monjes permanecer en la comunidad, o bien el traslado temporal de monjes iuniores a otra comunidad de nuestra familia monástica donde sea garantizada una formación teológica adecuada y una autentica vida comunitaria y litúrgica. Le decisión, consultada la comunidad, le toca al abad, de acuerdo con el equipo de formación, primeramente con el maestro de formación y el perfecto de estudios. En consideración de la notable diversidad geográfica, cultural y eclesial de nuestras comunidades resulta imposible establecer a priori un modelo de uniformidad. Sin embargo es necesario que en la decisión del lugar de estudio sea siempre asegurado a los monjes iuniores tanto un ambiente formativo de autentico espíritu monástico, cuanto la presencia de un responsable directo que los pueda fácilmente acompañar en su camino monástico en la temporal integración en la comunidad que los acoge. Es tarea de la Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios, invitar al Definitorio a verificar, durante las visitas canónicas, si en las casas de formación están realmente presentes y vividos los elementos básicos de la formación; en caso contrario proponer que se trasladen a los monjes en formación en otras casas.

54. En el caso en que la única solución para asegura los estudios teológicos del primer ciclo sea la de enviar los monjes iuniores en seminarios o Institutos de formación, se deben privilegiar siempre las formas que interfieren lo menos posible en la regularidad de la vida monástica que es indispensable sobre y todo en los primeros años de formación monástica. Solamente en casos excepcionales los monjes iuniores podrán ser autorizados a iniciar estudios que alejen del monasterio por largo tiempo. En el caso en que los estudios teológicos se desarrollen en seminario o de toda manera afuera del monasterio, se acosenja de añadir un año suplementar después del noviciado antes de su efectivo inicio.

55. El iuniorato es también el periodo en el cual el joven monje es invitado a descubrir no sólo la historia  y la espiritualidad de la familia monástica de Monte OLiveto, sino sobre y todo, sus características actuales, con sus riquezas, sus debilidades, sus potencialidades. En vínculo con la abadía de Monte Oliveto, casa madre y centro de nuestra familia monástica, es un elemento fundamental de la comunión que está al centro del carisma de nuestros fundadores. Con el fin que este vínculo se haga vida será necesario prever en el programa de formación por lo menos una estancia en Monte Oliveto durante el periodo de iuniorato, sobre y todo en el marco de los encuentros internacionales de monjes profesos temporales que la Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios organiza cada tres años. Estos encuentros tardarán por lo menos una semana y comprenderán una visita a los lugares más significativos de nuestras orígenes para una formación más vivencial y directamente vinculada con la historia y la espiritualidad de nuestra familia monástica. La participación de los monjes profesos temporales a estos encuentros es obligatoria y las dispensas serán otorgadas sólo por el abad general y por graves motivos.

 

56. El otro aspecto de la comunión que caracteriza nuestra familia monástica es el vínculo reciproco no sólo entre monasterio sino también entre monjes, en la común condivisión de pertenencia a una única familia bajo la misma fraternidad del Abad de Monte Oliveto. Para desarrollar y consolidar este vínculo entre monjes iuniores se organizan, por determinadas áreas lingüísticas y/o nacionales, algunos encuentros periódicos de votos temporales, a los cuales podrán participar también monjes que tengan hasta tres años de profesión perpetua. La periodicidad de estos encuentros es fijada de común acuerdo por los superiores de cada nación o área lingüística bajo la supervisión de uno de los miembros del Definitorio. Tendrá que ser mínimo bienal.

 

57. Se recuerda que la Confederación benedictina organiza periódicamente varios encuentros temáticos dirigidos a jóvenes en formación, según áreas geográficas. Se recomienda vivamente la participación a estos encuentros que representa entre otras cosas una importante ocasión para conocer la vida monástica de otras congregaciones benedictinas. 

 

58. Después de la profesión perpetua, el monje es seguido personalmente por el abad. Por los primeros años y en especial hasta la finalización de los estudios teológicos del primer ciclo, el joven profeso perpetuo podrá ser confiado a un monje experto que sea su directo interlocutor y que lo ayude en le definitiva integración a la vida comunitaria con sus dinámicas.

 

59. Un caso especial es aquello de los monasterios que no son casa de noviciado y envían sus jóvenes en otros monasterios de nuestra Congregación para el noviciado. Para garantizar una buena formación en continuidad con el proyecto formativo se necesita que después de la profesión perpetua se realice el retorno al monasterio de procedencia, con el fin de que se prepare a la sucesiva étapa deintegración en la Comunidad de procedencia.

 

60. Las modalidades relativas al descanso anual varían según las comunidades. En algunos lugares el descanso se vive comunitariamente, en otros individualmente. El monje iunior se pondrá de acuerdo con el Abad y el maestro de formación para el gozo de estos periodos de descanso, no sin manifestar aquel espíritu de humildad y obediencia que debe caracterizar todo aspecto de su vida monástica. Antes de tomar en consideración las solicitudes de cada monje, el abad y el maestro de formación evaluarán las exigencias relacionadas con el bien de la comunidad.

 

FORMACIÓN PERMANENTE

 

Directorio

 

53 * Formación permanente. Se mantengan las acostumbradas reuniones mensuales de liturgia y moral, en la forma que se considerará más adecuada para la actualización de los monjes, en vista de la formación permanente que la Iglesia promueve.

 

54 * Iniciativas culturales. Cada comunidad procura promover específicas iniciativas monásticas, litúrgicas, ecuménicas, culturales, también en colaboración con otros monasterios.

 

56 * Estudios. Se les facilita a los monjes el estudio para las disciplinas hacia las cuales tienen inclinación, con el fin que puedan desarrollar actividades específicas de utilidad para el monasterio.

 

126 * Formación permanente sacerdotal. De acuerdo con las leyes de la Iglesia, la formación sacerdotal, también bajo el aspecto intelectual, debe ser continuada y perfeccionada cada día más, sobre y todo en los primeros años después de la ordenación, en las formas y en los modos establecidos por el Definitorio.

 

278 bis * Iniciativas. La Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios es responsable también de la organización de las siguientes iniciativas: a) un encuentro de una semana aproximadamente para los monjes jubilares del año, en un monasterio de la Congregación que será designado, con la finalidad de favorecer una mayor integración y fusión de espíritu entre los monjes; b) encuentros de formación permanente por áreas lingüísticas o a nivel general, para favorecer la cultura y el espíritu de comunión. Además, para facilitar el conocimiento y el amor recíproco, será oportuno que las comunidades relativamente cercanas envíen sus representantes en ocasión de eventos importantes de la vida monástica como: profesiones perpetuas, ordenaciones presbiterales, jubileos, funerales. 

 

Ratio

61. Es importante desde el inicio fijar que lo que determina la calidad de la formación inicial y permanente no puede más que estar vinculado a la personal y privilegiada relación lucir que el monje, “conquistado por Cristo” (Fil. 3, 12) establece con su Señor. En efecto podríamos decir que la formación es la respuesta al don, gratuito y siempre nuevo, que el Señor, como el verdadero formador que es, ofrece al monje en todo tiempo y todo lugar: su amistad, su amor, la comunión con El y a través de El con toda la Santísima Trinidad. Sólo la personal adhesión al plan de Dios, que se manifiesta en la historia concreta y que describe el horizonte de la formación como camino de santidad en el seguimiento de Cristo, hace el joven monje y después del monje adulto un auténtico hombre de Dios.

 

62. Algo más. Con la expresión “formación permanente” se entiende la inagotable tensión con la cual, el monje procura custodiar con cuidado y vigilancia el oído del corazón, para obedecer con una siempre mayor docilidad a la acción del Espíritu, con el fin de una plena conformación con el Señor Jesús. NO se deberá olvidar como este dinamismo fundamental se alimenta también de la apertura del corazón a un padre espiritual, como desde siempre recomienda la tradición monástica. Cada monje, por lo tanto, no sin la aprobación del abad, elegirá para si un padre espiritual y perseverará con el en un diálogo frecuente y fiel que crece en las cualidades de su camino de obediencia y conversión al único Señor. El padre espiritual por su parte, con humilde y atento cuidado, procura a que el monje que le es confiado, fuerte y paciente en todo, se comporte en manera “digna del Señor”, dé “fruto en toda obra buena y crezca en el conocimiento de Dios” (Col 1, 10-11).

 

63. El fundamental medio de formación permanente en una comunidad en la enseñanza cotidiana del Abad. Este, no obstante sus ocupaciones, no olvidará que, según la Regla, una de las tareas principales de su ministerio es la doctrina y que su enseñanza será a menudo la única a la cual sus hermanos tendrán acceso, especialmente en ciertos periodos de la vida comunitaria.

 64. Otro instrumento importante de formación comunitaria es la lectura en el comedor, que por lo normal debería acompañar toda la comida. En este caso son aconsejables textos de historia de la Iglesia, biografías de personajes significativos en la historia de la Iglesia o de la sociedad. Se recomienda también artículos de espiritualidad y de actualidad eclesial sacados de revistas, sobre y todo monásticas, que de otra manera muchos hermanos, por sus ocupaciones, no podrían leer. El Abad pedir’a sugerencias de otros hermanos, sobre y todo de los responsables de la formación, en la elección de las lecturas, con el fin de responder mejor a las necesidades y esperanzas de la comunidad.

65. Donde sea posible y necesario el Abad puede pedir la colaboración de un animador que, junto con los formadores, lo ayude en la programación de los contenidos y de las actividades relacionadas con la formación permanente.

66. Las revistas monásticas y en especial la revista de nuestra familia monástica, el Olivo, son también medios de formación permanente. Sobre y todo muestra revista necesita de un aporte generoso y activo por parte de todos los hermanos y hermanas de la familia monástica de Monte Oliveto.

67. Otro instrumento de formación permanente son las publicaciones de tres colecciones de estudios de nuestra familia monástica: Studia Olivetana, Orizzonti monastici y Quaderni di Monte Oliveto; además de las Actas de Incontri di Monte Oliveto y otras publicaciones relacionadas con la historia y la espiritualidad del monacato y de nuestra familia monástica. Superiores y formadores procurarán que estas publicaciones sean leídas y conocidas por todos los monjes. Un listado de estos textos se publica con regularidad en el boletín de información del Definitorio Asterischi, y una presentación más amplia se encuentra en las recensiones y sugerencias de nuestra revista “l´Ulivo”. Periódicamente, la Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios publica un folleto con la Bibliografía de los monjes, monjas, oblatos y oblatas de la Congregación Benedictina de Monte Oliveto.

68. En la formación anual, además del retiro espiritual, cada comunidad debería procurar de incluir m’as sesión de una semana por lo menos, durante la cual invitar un relato externo para tratar algunos temas relacionados con la vida monástica y cristiana. Las disciplinas tratadas en estas sesiones podrían ser: teología, liturgia, escritura, patristica, historia de la Iglesia, ecumenismo, historia y espiritualidad de la Orden de S. Benito y de la familia monástica de Monte Oliveto.

69. La Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios prepara y mantiene actualizado un listado de hermanos y hermanas de nuestra familia monástica competentes en las disciplinas necesarias para un orgánico programa de formación permanente. La Comisión promueve también la formación de los mismos formadores, favoreciendo reuniones útiles sea para comparar experiencias y dificultades, sea para calificar y actualizar las competencias espirituales y psicológicas necesarias para desarrollar mejor la tarea del maestro. Será propio de la Comisión dar a conocer iniciativas análogas organizadas por la Confederación benedictina o por otras instituciones eclesiales.

70. Otro instrumento fundamental de formación permanente a nivel de Congregación son los Encuentros de Monte Oliveto organizados cada tres años por la Comisión para los vocaciones, la formación y los estudios a los cuales debe participar por lo menos un miembro de cada una de las comunidades de la Congregación.

71. La Comisión para las vocaciones, la formación y los estudios organiza también un acuerdo de una semana aproximadamente para los monjes que hacen su jubileo en el año, a Monte Oliveto o en un monasterio de la Congregación, que será designado, con el fin de animar una mayor fusión de espíritu entre monjes y monjas de la Congregación.

 

 

Entonces tu Señor Dios mío, enseña a mi corazón

Donde y como te puedo buscar, donde y como te puedo encontrar.

Señor, si no estás aquí y eres ausente, ¿Dónde te buscaré?

Si en cambio estás por dondequiera, ¿Por qué no te veo presente?

Pero tú habitas ciertamente una luz inalcanzable. Y ¿quién me llevará y me introducirá en ella,

Para que yo te vea a ti en ella? Además en cuales signos, bajo cual forma te buscaré?

Nuca te he visto, Señor Dios mío; no he conocido tu aspecto.

¿Qué hará, o altísimo Señor, qué hará este tu desterrado lejano?

¿Qué hará tu siervo, deseoso de tu amor y rechazado lejos de tu presencia?

El anhela verte, sin embrago demasiado lejos de él es tu rostro.

Desea acercarse a ti, pero ti mirada es inalcanzable. Codicia encontrarte, pero

No conoce el lugar adonde tú estás. Pretende encontrarte, pero ignora tu rostro.

O Señor, tu eres mi Dios y tu eres mi Señor, pero nunca te he visto. Tu me has creado y

Recreado y todos mis bienes tu me los has donados, pero todavía no te conozco.

En conclusión: me has hecho para verte, pero no he todavía hecho aquello por el cual estuve hecho.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca, puesto que no puedo

Ni buscarte si tú no me lo enseñas, ni encontrarte,

Si tú no te manifiestas.

Que yo te busque deseándote y te desee buscándote.

Que yo te encuentre amándote y te ame buscándote

 

Lo reconozco, o Señor, y te doy gracias, porque has creado en mí esta tu imagen,

Para que, recordándote a ti, te piense y te ame.

 

Deseo de alguna manera comprender tu verdad, que mi corazón cree y ama.

En efecto no intento comprender para creer, sino creer para entender.

Y esto creo, que “si no creeré, no entenderé” (Is 7,9)

 

S. Anselmo, del Proslogion.

 

"ORA ET LABORA"  
   
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